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El cine (más o menos) negro a la española se desarrolló fundamentalmente en Barcelona a lo largo de los años cincuenta del pasado siglo y coleó hasta los primeros sesenta, para emerger, cual guadiana genérico, durante la Transición en los subciclos del thriller político y el cine quinqui. Su partida de nacimiento está firmada la primera semana de diciembre de 1950, cuando se estrenan en Barcelona, casi simultáneamente, Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950) y Apartado de Correos 1001 (Julio Salvador, 1950). El éxito de ésta propició que Emisora se embarcase de inmediato en el rodaje de otro policial, esta vez de corte psicológico, Duda (Julio Salvador, 1951), en el que repitió prácticamente todo el equipo. También Iquino exprimió el filón. Su producción Los agentes del Quinto Grupo (Ricardo Gascón, 1954) reincide en el procedimental salpimentado con loas a las fuerzas de orden público. Ángel Comas cifra en 24 las producciones criminales de Iquino, de las cuales cinco fueron firmadas directamente por él. Más adelante, Este Films tomará el relevo. Hay por tanto, directores especializados -a los mencionados hay que sumar al menos a dos auténticos especialistas como Antonio Santillán y Julio Coll- músicos de cabecera -José Solá- y un star system encabezado por Arturo Fernández, Jorge Rigaud, Luis Induni, Carlos Mendy... El corpus del género está ligado a la concepción francesa del noir, con altas dosis de abstracción y fatalismo, pero también con olor a aceite para la Bultaco y butifarra, a meublé del Barrio Chino y a cuartelillo pirenaico de la Benemérita. Aroma propio y denso que se llevan los aires del autorismo y el plegamiento genérico a los filones europeos propiciados por las coproducciones: spaghetti western, fantaterror, euroespías... El primer detective privado español propiamente dicho, que uno recuerde, es el José Ditirambo de Ditirambo (Gonzalo Suárez, 1967), investigador de lo metafísico bajo presupuestos estilísticos de la Escuela de Barcelona. No es el único camino, claro. Tampoco lo ha sido a lo largo de la década de los cincuenta. El reputado guionista Carlos Blanco es el responsable último de dos películas realizadas en los años cincuenta que algo tienen de hitchcockiano. Son dos de las principales muestras de lo que podríamos llamar “suspense caligráfico” y constituyen sendas obras mayores del género. Se trata de Los ojos dejan huellas (José Luis Sáenz de Heredia, 1952) y Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955). Tramas alambicadas, trabajos más que solventes de los intérpretes -Raf Vallone y Julio Peña en la primera, el mexicano Arturo de Córdova y Emma Penella en la segunda- y fotografía de negros densos y profundos a cargo de Manuel Berenguer y Francisco Sempere respectivamente. En la misma línea podemos apuntar como obra ambiciosa A hierro muere (Manuel Mur Oti, 1961). Los resultados: mimetismo superficial, moralina hipócrita para sortear la censura, querencias caligráficas o expresionistas, esquemas de literatura de quiosco... Cierto. Pero también precisión narrativa, un star system propio, la presencia palpitante de la calle y algunos aspectos poco halagüeños de la realidad española puestos en evidencia so coartada de la supuesta inanidad ideológica de tales productos de consumo rápido. Es a la altura de los años pasados desde donde mejor se vislumbran los logros de un género que no pudo ser.
Fuente: dequevalapeli
Filmografía básica: Apartado de Correos 1001 (1950) Relato policiaco (1954) El fugitivo de Amberes (1955) El cerco (1955) Camino cortado (1956) Distrito Quinto (1957) A sangre fría (1959) No dispares contra mí (1961) Los atracadores (1961) Senda torcida (1963) A tiro limpio (1963)