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Un grupo de hombres y una mujer huyen tras perpetrar un atraco, pero se encuentran con que la carretera está cortada porque se va a inaugurar un pantano.
GÉNERO: Policiaco
Camino cortado / La vallée de la terreur (Ignacio F. Iquino, 1955)
Cecilia (Laya Raki) trabaja como bailarina en un club barcelonés. Entre sus admiradores, marineros y paletos. Miguel (Armando Moreno) los mira con desprecio, apoyado en una columna, pero es a su vez observado desde una mesa en penumbra por Juan (Viktor Staal). Relegado a un desenfocado segundo plano, el joven Antonio (Juan Albert) se acerca a la mesa únicamente cuando ya los otros dos han intercambiado puyas. Así han quedado establecidas visualmente las relaciones entre los cuatro personajes principales de un plan criminal para atracar al tío de Antonio y cruzar la frontera.
Iquino demuestra una vez más su solvencia técnica en el desglose de la escena del ascensor, cuando el portero sospecha de la presencia de extraños. El ruido del motor y el silbido de una melodía por parte de Juan sirven de contrapunto a una escena rodada a base de primeros planos e insertos que incrementan la tensión para dejar la resolución fuera de campo. También el atraco al tío de Antonio tiene lugar en off, mientras Cecilia espera en el coche robado.
Ya tenemos a los cuatro fugitivos dispuestos a alcanzar la frontera e instalarse en la Costa Azul, “donde las chicas van a la playa en bikini”. Sin embargo, los obstáculos se van acumulando a lo largo del camino. Se cruzan con una comitiva oficial.
-Debe ser un pez gordo.
-Con un poco de suerte asistiremos a una inauguración de esas con música y todo.
Iquino se la juega porque en cualquier cine que se proyecte la película irá precedida por un No-Do en el que se glosarán con prosa encendida las excelencias del sistema nacional de embalses que, combinados con piadosas novenas, habrán de convertir el estéril suelo de la España más desfavorecida en feraz vergel al tiempo que proporcionan energía para la creciente actividad industrial. Los habitantes de los pueblos anegados siempre tienen la opción de emigrar a la ciudad a nutrir las filas de los trabajadores no especializados. Sus hijos serán en un par de años los protagonistas de Juventud a la intemperie o Los atracadores. Pero es que en este caso el guión no ha salido del taller de libretos de Iquino sino que ha sido adquirido a dos muchachos madrileños con inquietudes teatrales y sociales: José Luis Dibildos y Alfonso Paso.
La comitiva va, efectivamente, va a inaugurar un nuevo embalse. Los criminales se meten en este callejón sin salida. Los dos machos luchan por la hembra y Antonio con su sentido de culpa. La llegada de una pareja de la guardia civil, con la muerte de uno de ellos y el cerco al que les somete el otro, malherido, otorga a la película aire de western. Salvando las distancias, a uno le recuerda algunos policiales de Walsh y, en concreto, High Sierra (El último refugio, Raoul Walsh, 1941). Claro que lo que en ésta es desarrollo consecuente de una línea narrativa limpia y bien delineada, es en la cinta de Iquino búsqueda evidente de resonancias míticas con el plano explícito de las muñecas esposadas de los amantes arrepentidos y la sobreimpresión de las aguas desbordadas sobre el pueblo abandonado.