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Un joven vive sojuzgado por el autoritarismo de su padre.
GÉNERO: Comedia
El secreto inconfesable de un chico bien (Jorge Grau, 1975)
Película de un freudianismo de vía estrecha, apenas salvable por su vinculación con el esperpento. El chico bien es Juanjo (José Sacristán) y su secreto una impotencia que le ha obligado a dar largas durante ocho años a su novia Ana (María José Cantudo). Los símbolos visuales de esta impotencia se acumulan hasta el paroxismo. Estatuas de reyes que enarbolan sus cetros en evidente alegoría, la pérdida de las llaves por parte de Juanjo o el chorizo que Ana corta y come con fruición mientras le confiesa que está embarazada. Estando José Frade tras el argumento y la producción tampoco vamos a pedir sutilezas. Por otro lado, Grau y la Cantudo venían de un notabilísimo éxito de público con La trastienda (Jorge Grau, 1975), película ambientada en los Sanfermines en la que la modelo y actriz andujareña se atrevía con “el primer desnudo frontal del cine español”.
Pero, a lo que íbamos. Las causas de la impotencia están en un padre franquista (Antonio Garisa), fabricante de armas, que Juanjo cree que ha matado a su madre al obligarla a mantener relaciones a pesar de su debilidad. Enfrentado a sí mismo –en un espejo, como no podía ser de otro modo- Juanjo se enfrenta también a su madre (Myriam de Maeztu), materializada en el azogue. Al intentar acercarse a ella, el suelo hunde literalmente bajo los pies de Juanjo. Por suerte va a caer de pie en la red de la carpa de un circo. De pronto, se encuentra convertido en un niño, aunque lleva la misma barba y el mismo traje que de adulto. La criada (Rafaela Aparicio) corta en rodajas un salchichón con un cuchillo inmenso. Un carablanca (José Ruiz Lifante) les sorprende a él y a un amigo mirando por el ojo de una cerradura y les pide que muestren los bolsillos. Los de su amigo están agujereados, por lo que ha pecado contra su pureza. En cambio, los bolsillos intactos de Juanjo son prueba de castidad.
Uno no insiste más en el argumento porque tampoco tiene mayor interés. En el reparto, en cambio, merece ser destacada la presencia de dos luminarias del teatro de los años treinta y del cine republicano –Mari Paz Molinero y Luisita Esteso- como dos viejas atrincheradas en un edificio que se hunde. Una vez más, la metáfora de la España contemporánea es diáfana.
En los títulos de crédito consta el agradecimiento de los productores a los hermanos Tonetti.