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El padre Mojica viaja a Santiago de Compostela desde México con una coral infantil.
GÉNERO: Música,Religión
El pórtico de la gloria (Rafael J. Salvia, 1953)
La vocación transatlántica de Cesáreo González es indiscutible, la galaica viene de serie y la vista para coger las oportunidades al vuelo es consustancial a su condición de productor. Estas tres aptitudes del empresario pontevedrés se dan cita en El pórtico de la gloria. El protagonista es fray José de Guadalupe Mojica, que había sido gran estrella del cine musical hispano de la Fox en el primer lustro de la década de los treinta y, a la muerte de su madre, renuncia a la pompa mundana y profesa como franciscano. La cinta le proporciona la ocasión de volver a cantar, de ejercer como actor y de catequizar al resto de los personajes por cuenta del año santo compostelano. Hacen el viaje con él desde Ciudad de México a España los muchachos del Orfeón Infantil Mexicano, algunos de los cuales protagonizan las tramas secundarias con una participación destacada en el argumento. Entre los compositores de las canciones nos tropezamos con el nombre de Agustín Lara, vinculado a España aunque sólo sea por el chotis dedicado a Madrid. También figura en el reparto Otto Sirgo, galán cubano que había viajado a "la madre patria" con el encargo de establecer vínculos entre las cinematografías de ambos países sometidos a dictaduras militares.
La catedral compostelana es parte esencial del argumento desde su mismo título, aunque sólo el último tercio del metraje se desarrolle en Galicia, en tanto que el bloque central constituye una suerte de "travelogue" por las ciudades de España que son las paradas en la gira española del orfeón.
La perspicacia empresarial de Cesáreo González le lleva a aprovechar la celebración del Año Santo Compostelano -siempre que el día del santo cae en domingo- en 1954, para hacer una película de corte religioso en el mismo año en que el régimen firma el Concordato con la Santa Sede, que viene a sancionar la identidad nacional-católica del Nuevo Estado. El argumento proporciona numerosas oportunidades, convertidas en guiños tanto hacia el interior como hacia el exterior, sobre todo durante la secuencia de montaje en la que el orfeón canta una canción cuyo estribillo proclama sin el más mínimo pudor: "España nueva, nación en marcha, madre fecunda de nuevas razas. Mis labios besan tu tierra santa, y grito alegre... ¡Que viva España!". Lo que importa es que la tonada ilustra un montaje de atracciones en las que el Madrid cosmopolita, el Talgo y los embalses, los toros y el fútbol, van de la mano de una parada militar que celebra la victoria del ejército sublevado en 1939. Y aunque el libreto pasa como de puntillas por la Guerra Civil, las separaciones que provocó son cardinales en la trama principal: la madre agnóstica perteneciente al bando vencido (Lina Rosales) que reencuentra a su hijo (Agustín Andrade Torre) perdido en el exilio mexicano. Para que nada quede al azar la anagnórisis aristotélica se produce al pie del altar del santo y al son del repique de las campanas de la catedral.