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Pepita Jiménez, obligada por un familia a casarse con un usurero, enviuda el mismo día de su boda. Ella se siente entonces atraída por un joven seminarista.
GÉNERO: Adaptación Literaria,Documental
Pepita Jiménez (Emilio Fernández, 1946)
A pesar de la indulgencia que solicitan en el introito los autores mexicanos por el atrevimiento de abordar la adaptación de la novela de Juan Valera, que fundamentan en su amor a España, el principal mérito de la Pepita Jiménez del Indio Fernández es ser sustancialmente mexicana.
Mexicana es la arquitectura contra la que se recortan los perfiles de los campesinos, por mucho que estos gasten castoreño en lugar de sombrero charro. Mexicano también el sentido de la virilidad con el que el director se enfrenta a este tema femenino, hasta el punto de que el núcleo argumental se desplaza de la protagonista femenina (Rosita Díaz Gimeno) al muy masculino seminarista encarnado por Ricardo Montalbán.
El vate romántico, el viejo boticario y la tía componen un elenco de secundarios, tan cómicos como asexuados, que sirven de contrapunto a la pujante hombría de don Pedro (Fortunio Bonanova), quien enseñará a su hijo a montar a caballo, en una metáfora nada sofisticada del aprendizaje de la vida. Para domar su primer potro, Luis de Vargas se quita la sotana. Al final, se quitará también la camisa para batirse en duelo con el conde (Rafael Alcayde) por el amor de Pepita.
Durante la primera media hora Rosita Díaz Gimeno apenas aparece en pantalla aunque el operador Alex Phillips la retrata con abundancia de primeros planos, aureolada por la mantilla y con estatus de estrella. Más adelante, sólo tendrá protagonismo puntual, en algunas escenas con Ricardo Montalbán y en las que habla de tú a tú con el crucificado. Uno de los momentos más logrados, aparte de las cabalgadas y el duelo, tiene lugar cuando va a seguir al seminarista y se queda congelada ante la imposible sombra que la cruz que preside la estancia proyecta contra el suelo, en un plano que parece salido de una película de vampiros de la Hammer.
La interpretación de Rosita Díaz Gimeno resulta excesivamente 'teatral', acorde con la concepción del personaje y unos diálogos que literaturizan sentimientos y pasiones. A la figura crísitica que compone el seminarista en su vía crucis amoroso, y que culmina con una curiosa estampa de la Piedad en la que la figura de la Virgen es sustituida por la del cacique, añade el Indio Fernández motivos sacrílegos traídos nada menos que de una célebre rima beckeriana: "Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado, hoy creo en Dios".