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Valentín Cardoso, un “petisero” argentino que viaja hasta un cortijo español para aclimatar unos caballos de polo, conoce en Granada a un chavalillo criado por una gitana.
GÉNERO: Comedia
El seductor de Granada (Lucas Demare, 1953)
Valentín Cardoso (Sandrini) es un “petisero” con un corazón de oro. Ama profundamente a los caballos del equipo de polo con los que recorre Latinoamérica y viaja a España. También está enamorado secretamente de Maruja (Malvina Pastorino), la hermana del capitán. Pero, sobre todo, Valentín ama a la infancia desprotegida. Cada vez que encuentra a un niño sin padre, asume su paternidad sin importarle los contratiempos que le pueda traer. Entre otras cosas, los cientos de idilios imaginarios que le han servido hipotéticamente para ir sembrando de hijos el Nuevo Continente. Cuando Valentín llega al cortijo del conde de Peñaflor (Rubén Rojo), en Granada, para aclimatar los caballos que acaban de venderle, las madres esconden a sus hijas. Allí conoce a Juanillo (Pepito Moratalla), un rapaz entrenado en la rapiña y el hurto por la gitana que lo ha criado. La relación amorosa entre Maruja y el conde, y la desaparición del dinero de la venta de los caballos, no harán sino complicar la vida del petisero y el muchacho.
En comedias así el mundo es, más que nunca, un pañuelo. Los mismos personajes se reencuentran en una y otra vez en Panamá, Buenos Aires, Madrid, Tánger o Granada, amparados en las convenciones genéricas. Valentín y Juanillo se tropiezan en el ferial granadino con una barraca en la que las danzas de La Bella Zelina (la maravillosa Lina Canalejas en uno de sus primeras apariciones en la pantalla) prometen paraísos de fantasía oriental y goces inefables a cambio de un modesto óbolo. Mientras los espectadores se limpian la baba el falso moro Omar les alivia la cartera.
La circunstancia les conduce a comisaría y a un nuevo encuentro con la danzarina, que resulta ser una muchacha del Sacromonte llamada Angustias. La escapada final de Valentín y Juanillo les conduce nada menos que a Tánger, donde intentan vender el camello que les ha llevado hasta allí. El comprador no es otro que Omar, que sigue explotando las habilidades danzarinas de La Bella Zelina en un cafetín de la ciudad internacional, sólo que ahora en su faceta de bailaora.
Luego, la cosa deriva en melodrama a base de padres recuperados y renuncias del petisero, pero nosotros hemos preferido quedarnos prendidos del arabesco que dibujan los brazos mórbidos de La Bella Zelina.
Circo Méliès