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En el patio de la cárcel, un preso relata cómo ha llegado hasta allí. Formaba una parte de una banda de timadores que un día deciden vender un tranvía a un paleto ricachón que ha viajado a la capital para comprar un tractor.
GÉNERO: Comedia
Se vende un tranvía (Juan Estelrich, 1959) Supervisión: Luis G. Berlanga
Un montaje de escenas relativamente rápido nos muestra el oteo de pardillos en la estación de Atocha, cómo actúan los timadores de medio pelo y la presencia de la policía. La voz en off de Julián nos advierte que él es un artista del timo y que no se conforma con cualquier cosa: descuideros, carteristas y otros ladronzuelos, siempre expuestos a ser atrapados en fragante delito.
Una vez seleccionado su paleto, Julián le sigue hasta una marmolería de la calle Concepción Jerónima. Allí comprueba que el infeliz se va a gastar sus ahorros en un monumento funerario y, en lugar de timarle, le da el pésame por adelantado. Julián va entonces al café Oriental, donde mata sus ratos, y allí localiza a su víctima: Calixto (Antonio Martínez), un paleto desconfiado llegado a la capital para comprar una trilladora con doce mil duros en la cartera. Julián hace una llamada a sus cómplices y, por fin, la maquinaria del timo y el episodio se ponen en marcha.
Los compinches de Julián son una muestra completa de la tipología azco-berlanguiana. Como en I soliti ignoti, se reúnen en una azotea, dedicados a sus tareas cotidianas. La llegada ordenada de cada uno de ellos debidamente caracterizado al Café Oriental, donde tienden la celada al primo, nos permite individualizarlos. El primero en aparecer es don Hilario (Antonio García Quijada) haciendo ostentación de riqueza. Julián ya se ha sentado junto al pardillo y lanzado el sedal. Durante la función orquestada en honor de Calixto hará una retransmisión puntual de sus actos, ocultando celosamente el origen de su riqueza, tanto que al primo no le cabe duda de que se trata de un estraperlista. Llega después la Juli (María Luisa Ponte), vestida de monja y con unas gafas de culo de vaso, a recoger el óbolo diario de doscientas pesetas gracias a las cuales los pobrecitos del asilo “toman postre todos los días”.
Manolo (Luis Ciges) viene disfrazado de tranviario. Le entrega a don Hilario poco más de cuatro mil pesetas y el supuesto empresario se indigna: a él, por menos de mil duros diarios, no le compensa mantener el tranvía en servicio. De nuevo Julián retransmite la jugada a Calixto, que no puede estar más encelado con tan suculento negocio. En el piso de arriba, ante una mesa de billar, se concreta el asunto. Don Hilario está dispuesto a vender su tranvía y el paleto a comprarlo. Julián se dedica a obstaculizar la operación, arguyendo que su cuñado está muy interesado en el negocio.
Un viaje en tranvía con un falso inspector (Pedro Beltrán) y diálogos de doble sentido que dan a entender que don Hilario es el propietario –“dele, dele a mi timbre para que pare; verá qué frenos”-, terminan de convencer al primo, que les entrega allí mismo lo que tiene y se va al pueblo a por el resto. Quedan citados al día siguiente en el café para completar la operación y firmar los papeles. Todavía se queja Julián: “es que mi cuñado...”.
A la hora acordada, la banda en pleno se oculta en unos urinarios públicos, pendientes de que Calixto no se haya dado cuenta y haya venido con la policía. “El Pompitas” hace una expedición de reconocimiento y dice no reconocer al acompañante. Se trata de un paisano (Goyo Lebrero) que, enterado de la excelencia del negocio, no quiere dejar pasar la oportunidad de comprarse también él un tranvía. Los timadores deben entonces inventar algo sobre la marcha. Avisan a Marujita (Chus Lampreave) de que se encontrarán con ella en la iglesia de San Juan. La historia lacrimógena de un padre enfermo gravísimo que debe operarse en Suiza o en Suecia, lo mismo da, convence al paisano de entregar allí lo que lleva a cambio del primer tranvía que ven pasar.
El tercer acto, comienza con la denuncia por estafa. El comisario (José Orjas) les muestra la ficha de Julián.
—¿Un tranvía? ¡Qué bestia! ¿Qué será lo próximo que venda?
Una escena brevísima nos muestra a Julián sosteniendo la cuerda de un dirigible de la US Navy que al paleto, interpretado por Berlanga, le servirá para regar desde el aire sus naranjales. Y ya está. Vuelta al patio de la cárcel. Julián promete que la siguiente semana habrá nuevos timos, por ejemplo, el de Calixto, que de timado paso a timador.