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Un vampiro vuelve de la tumba para vengarse en el Enmascarado de Plata de la derrota que le infligió dos siglos atrás un antepasado del luchador.
GÉNERO: Aventuras ,Fantástico
El barón Brákola (José Díaz Morales, 1965)
El segundo acto de El barón Brákola nos lleva a la Nueva España del siglo XVIII. Como tantas veces en las películas del Enmascarado de Plata se nos ofrece así un nuevo origen del luchador que nada tiene que ver con los expuestos con anterioridad y que únicamente afectará a su aventura presente en la que debe enfrentarse con el barón Brákola (el exluchador y guionista Fernando Osés).
Es éste un aristócrata transilvano que en el pasado viajó a América, empeñado en casarse con la bella Rebeca (Susana Robles). Como los padres de ella rehúsan contravenir sus deseos y darla en matrimonio sin su consentimiento, recurren al Caballero Enmascarado de Plata, el tátara-tatarabuelo del Santo. Gasta el barón levita a la moda romántica, en tanto que sus interlocutores visten calzas, jubón y gola. Bebe sangre humana del cuello de las mozas de mesón porque debe tener mejor gusto que el vino. Camina a pleno sol sin que nada le ocurra porque su adicción es voluntaria y su condición de no muerto, fruto de un pacto con el diablo. Ensartado en la espada del caballero argénteo, jura vengarse en la persona de Rebeca y, en efecto, cada noche sale de su sepulcro para vampirizar a la mujer que desea poseer. Cuando ella muere desangrada, roba el cadáver de su tumba y se lo lleva a su cripta, convenientemente llena de telarañas, momias y ratas. Ahora es Rebeca la que se presenta en el dormitorio del caballero enmascarado, que la rechaza al conjuro de Dios Todopoderoso. El símbolo de la cruz es lo único que puede atemorizar a los vampiros antes de poder clavarles una estaca en el pecho y salvar así su alma inmortal. La narración avanza de este modo, entre duelos de espadachines propios de una película de aventuras, peleas a mamporros impropias del género y explicaciones didácticas sobre los dos o tres elementos del mito vampírico puestos en juego para la comprensión de la historia. Lleva el peso de la narración don Luis (Manuel Arvide), un descendiente de los padres de Rebeca que se ha colocado como vigilante nocturno en la Arena donde lucha el Santo para así poder vigilar la reaparición del barón en el presente. Convenientemente liberada el alma de Rebeca en el pasado, Brákola pretende en el presente acabar con la vida del Enmascarado de Plata y hacer suya a Silvia (Mercedes Carreño), la hija de don Luis, en una suerte de subtrama contemporánea que constituye la trabazón del primero y tercer actos. Se insiste así en el carácter eterno y cíclico del combate se Santo contra el Mal con mayúsculas.