Soldados de plomo (1983)

Soldados de plomo (José Sacristán, 1983)

Andrés (José Sacristán) regresa a la ciudad en la que pasó su infancia de bastardo, hijo de un cantante de copla liada con un militar casado y con un hijo. La legítima (Amparo Rivelles) y su vástago, Ramón (Fernando Vivanco), pretenden comprarle la vieja casa para hacer un buen negocio inmobiliario con el solar. ¿O hay algo más? Porque al regresar a ella y remover los recuerdos, Andrés revive la imagen de una mano de mujer depositando la pistola en la mano de su padre la noche de su supuesto suicidio, cuando él era un niño. El abogado un poco ido que lleva el asunto (Fernando Fernán-Gómez) también sabe algo más de lo que cuenta. Y la mujer de Ramón podría seducirá Andrés por puro coqueteo o acaso para servir a los intereses de su familia política. El argumento de Eduardo Mendoza —Sacristán se hace cargo de la dirección y el guión, además de encarnar al protagonista— camina por el filo de la ambigüedad de lo que no se sabe y de lo que se prefiere ignorar y la fotografía de Ruiz Anchía se ajusta a este clima. No así la música de Josep Max Kitflus, excesiva tanto en su planteamiento como en su utilización a lo largo del metraje.