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Una actriz ha comprado una isla en la que viven su hermana y su hijo. Cuando acude allí a pasar el fin de semana el niño es secuestrado y los invitados van siendo asesinados uno a uno.
GÉNERO: Intriga
Un silencio de tumba (Jesús Franco, 1974)
La afinidad de Jesús Franco con la literatura popular tiene un interlocutor privilegiado en E. Jarber, seudónimo de Enrique Jarnes Bergua, militar, escritor de seriales radiofónicos de aventuras, como el popularísimo Diego Valor, y autor de un puñado de bolsilibros, entre los que Franco se fijó en Un silencio de tumba y Solo de ataúd, publicadas a principios de los años sesenta en la colección "La Novela Negra" de la editorial Tesoro. La segunda terminaría en manos del productor Santos Alcocer por desavenencias con Franco, que había realizado la adaptación; la cinta llegó a la pantalla en 1966 con el título de El enigma del ataúd (Santos Alcocer, 1966). Más aún debe aguardar la adaptación de Un silencio de tumba que no encuentra acomodo en la agenda de Franco hasta 1972 cuando la realiza para su propia productora, Manacoa Films en una suerte de doblete con Los ojos siniestras del doctor Orloff (Jesús Franco, 1973).
Más que en la actriz Annette Lamark (Glenda Allen) y los invitados a su isla privada, la historia pivota sobre su hermana Valerie (Monteserrat Prous), que es quien vive allí al cuidado del hijo de la actriz. La soledad queda levemente paliada por la presencia de Juan Rivas (Alberto Dalbés), un detective contratado por Annette para que vigile sus joyas. Mediante un artificio tan cómodo como vulgar, Franco nos facilita mediante la voz en off de Valerie todas las claves del relato: por una parte que odia tanto a su hermana que sería capaz de asesinarla; por otra, quiénes son los invitados. Están el productor Jerome Weber (Luis Induni), Vincent (Mario Álex), el asesor legal de la productora, y Jean Paul (Francisco Acosta), guionista fracasado y padre del hijo de Annette. Todos enamorados de la actriz y para todos ellos inalcanzable. Pero esa misma noche el niño es secuestrado. Pronto se hace evidente que el secuestrador debe estar entre los invitados o el servicio de la casa porque nadie ha llegado a la isla. Juan Rivas toma las riendas de la investigación, pero Valerie siente celos de sus atenciones para con Annette.
Carente del erotismo en primer grado tan habitual en el cine de Jesús Franco de esta etapa, Un silencio de tumba suele ser etiquetada por los jessfrancófilos como una cinta atmosférica y menos rudimentaria que en otras ocasiones. El problema es que la intriga nunca llega a cuajar. La insistencia de los diálogos en que cualquiera de los invitados puede ser el raptor del niño y el asesino de los demás, lejos de aumentar el interés del espectador, lo amortigua; ítem más, cuando los personajes está definidos de un brochazo y sin que las relaciones entre ellos evolucionen ni parezcan tener conexión con el orden en que las víctimas van siendo asesinadas.