Juan y Junior... en un mundo diferente (Pedro Olea, 1969)

Juan y Junior... en un mundo diferente (Pedro Olea, 1969)

El segundo largometraje de Olea es una película malhadada de la que su propio autor rehúsa hablar. En todo caso, cuenta la anécdota de que Buñuel estaba rodando en Galicia La voie lactée (La vía láctea, 1969) y que se ofreció a hacer un cameo y que Olea renunció a ello por la naturaleza yeyé y comercial de la cinta.

El origen es doble. Por un lado, una historia de ciencia ficción, género practicado asiduamente por Olea en sus prácticas en la Escuela Oficial de Cine. Parque de juegos (1963) estaba basada en un inquietante relato de Ray Bradbury y Anabel (1964), en uno de Marco Denevi. No es extraño pues encontrarnos con esta historia -urdida con la colaboración de Juan Antonio Porto y Juan G. Atienza, alumnos ambos de la institución aunque en distintas promociones que Olea. Por otro lado, una vez titulado en la Escuela, el bilbaíno ingresa en TVE y para la programación juvenil de la segunda cadena concibe un programa musical que es lo más "in" del momento: Último grito (1968-1970). El programa le pone en contacto con numerosos grupos musicales y cantantes como Massiel y Los Brincos. Es entonces cuando nace la idea de hacer una película musical con ellos. De hecho, termina incorporándolos a la producción de Días de viejo color (1967). Sin embargo, cuando parece que la cosa está a punto de caramelo, ocurre la catástrofe. Los Brincos se separan. Juan y Junior por un lado y Fernando Arbex y Manolo González, pelean por quedarse con el nombre y los primeros deciden finalmente renunciar y crear una nueva marca como dúo. De este modo, la historia concebida por Atienza, Olea y Porto, en la que cuatro habitantes del planeta Nigro tomaban los cuerpos de los miembros del grupo, para llevar a cabo un plan de invasión de la Tierra, queda reducido a la suplantación de los dos cantantes y guitarristas. Acaso alguna de las otras historias tuviera más garra que la de un Junior extraterrestre preocupado por la presencia de un robot de juguete y un profesor de astronomía (Julio Peña) extrañamente parecido al director del proyecto nigrícola, o la de un Juan extraterrestre que descubre el amor en la novia adolescente de su suplantado (Maribel Martín), a la que da unos castos besos. Lo ignoramos. Lo que queda, aparte de los temas musicales, es poco más que eso. Largos paseos por la campiña galaica y por las rúas compostelanas y algún fragmento documental que delata la escuela televisiva de Olea completan un metraje que se desliza blandamente entre la ñoñería y el homenaje a Invasion of the Body Snatchers (La invasión de los ladrones de cuerpos, Don Siegel, 1956). El hieratismo de las interpretaciones y la solemnidad del diálogo -con citas antropológico-culinarias de Álvaro Cunqueiro y literarias de La marquesa Rosalida, de Valle Inclán- tampoco invitan a la fiesta. Quedan entonces los temas de la pareja, con la célebre Anduriña como motivo central y varias canciones algo más psicodélicas grabadas en inglés. Olea echa el resto en Another Day, con la que se cierra la cinta, para la que utiliza solarizaciones y fotografía en negativo, grandes angulares y un montaje sincopado que nos permiten vislumbrar durante un instante que estamos ante una película yeyé. Para colmo, al finalizar el rodaje, Juan y Junior se separan también por un quítame allá esos coros en los que Juan Pardo ha suplantado -está vez en la realidad del estudio de grabación- a Junior. La cinta se estrena más de un año después de realizada con un eslogan tan críptico como poco incitante: "¿Por primera y única vez juntos Juan y Junior?". Es como la invitación a un funeral.