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Un científico nazi es secuestrado a fin de que lave el cerebro a toda la población de la República Dominicana y conseguir así un ejército con el que dominar el mundo.
GÉNERO: Acción
Misión suicida (Federico Curiel, 1971)
El plan es tan sencillo que Sebastián (Dagoberto Rodríguez) lo expone mientras se sirve una copa: si se ha tomado la molestia de ha secuestrar al doctor Müller (Juan Gallardo) es debido a la fama de sus investigaciones sobre el lavado de cerebro en los campos de concentración nazis; el doctor deberá inocularles la droga a las mujeres que se entrenan en un campo de Santo Domingo y a las que los soviéticos van a introducir clandestinamente en Estados Unidos en misiones de comando.
Sólo hay un inconveniente, que como la Interpol busca a Müller como criminal de guerra no va a haber más remedio que realizarle una operación de cirugía estética. Algo más de tiempo nos llevará entender por qué el único que puede realizar esa operación es el doctor Richard Thomas (Carlos Hennings). Que el mejor método para obligarle a hacerlo es secuestrar a su hija (Elsa Cárdenas) duarante una visita turística a México resulta menos complicado porque el Santo ya sospecha que por ahí pueden ir los tiros cuando recibe la visita de un agente de la Interpol para pedirle, una vez más, su ayuda. A pesar de todo, la chica es secuestrada y el Santo debe rescatarla con la ayuda de Ana Silva (Lorena Velázquez), agente con licencia para matar, bajo una cobertura de guía turística y cantante en una boite.
Tras esbozar este planteamiento, Federico Curiel no da tregua. Las peleas se encadenan sin respiro tanto dentro como fuera del ring y además hacen gala de una violencia bastante explícita, probablemente acorde con la evolución del espectáculo en México a lo largo de toda la década de los sesenta. El rodaje cámara en mano -y sin demasiado pulso, todo hay que decirlo- proporciona un extra de urgencia, involuncrando al espectador en la lucha en abierta contraposición con los fragmentos documentales, en los que si bien se documentan las peleas reales y la tipología del público que asiste a las mismas y sus reacciones, el teleobjetivo parece obligado.
Los descapotables que conduce el Santo y el campo de entrenamiento dominicano en el que un grupo de féminas esculturales practica la natación, el voleibol y las artes marciales bajo la supervisión de la alemana Elke (Roxana Bellini) remiten directamente a la iconografía jamesbondiana, que en este momento está en su máximo apogeo. Pero, al contrario que 007, el Santo permanece como un mito asexuado, absolutamente ajeno a los encantos de su pareja femenina. Por eso, cuando Ana resuelva posponer su interés en la lucha contra el Mal, aunque sea temporalmente, para entregarse al amor, sólo encontrará del Santo su máscara, con una dedicatoria romántica. Las plateas populares habían tenido suficiente con su ración de bellezas en biquini armadas con ametralladoras y fusiles de pesca submarina. y Ana acaso encuentre consuelo en brazos de Debbie (Patrica Ferrer), la hermana de Sebastián ganada para la causa del Bien.