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Waldemar Daninsky viaja al Japón en busca del rmedio que cure su licantropía.
GÉNERO: Fantástico
La bestia y la espada mágica (Jacinto Molina, 1983)
Messeburgo, año 938. El noble polaco Irineus Daninsky (Paul Naschy) vence a un caudillo húngaro y recibe por ello la maldición de la maga Amese (Sara Mora) que condena a toda su estirpe a padecer la licantropía.
Toledo, año 1550. El médico hebero Salom Yehuda (Conrado San Martín) intenta sanar a un descendiente de los Daninsky, Waldemar (De nuevo Naschy), pero un grupo de fanáticos cristianos asalta la casa y asesina al sabio. Antes de morir, éste le ordena que viaje a Kioto donde vive el sabio Kiang (Shigeru Amachi). La acción se traslada entonces al Japón, donde Kian debe esclarecer una serie de asesinatos que, al parecer, está cometiendo una extraña bestia en noches de luna llena. La aparición del licántropo se demora así media hora en la que asistimos a las luchas intestinas en el shogunato y al encuentro con el sabio, que se ofrece a ayudarle. Sin embargo, toda la sabiduría atesorada en la cábala y la fórmula elaborada con acónito -la flor del Tíbet- no bastan para curar a Waldemar, que cede a la sugestión de la nigromante Watanabe (Jiro Miyaguchi). Ésta le hará revivir el origen de la maldición y tomará el lugar del espectador al encerrar a Waldemar en una celda para poder observar su transformación. El doloroso proceso físico de la metamorfosis -uno de los habituales "tours de force" de Naschy- retrotrae una película esencialmente dialogada -con brevísimas incursiones en el cine fantástico y en el de artes marciales- al cine de atracciones primitivo, con el añadido espectacular de una pelea entre el hombre-lobo y un tigre de Bengala. Si, como pretendían los estructuralistas, hay escenas que concitan en sí mismas toda una película, ésta de las mazmorras de Watanabe sería el perfecto resumen de La bestia y la espada mágica, con sus insertos de la luna llena, y un tríptico -los barrotes del ventanuco de la celda dividen la pantalla en tres- de mujeres que expresan terror, angustia y lujuria.
Otra característica desarmante de las películas del ciclo Daninsky es su cronología elíptica, en la que todo tiene que suceder en noches de luna llena, lo que produce un vacío dramático en estos ciclos de vientiocho días, no por elididos menos presentes en una estructura narrativa que se anuncia, desde su mismo arranque, como un tiempo de leyendas.