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Un hombre y una mujer huyen de la policía después de que él haya asesinado sin motivo aparente al presidente de la corporación multinacional para la que trabajaba como economista.
GÉNERO: Intriga
Pájaros de ciudad / Senza un attimo di respiro (José Sánchez Álvaro, 1981)
El paso de José Sánchez Álvaro por el cine fue fugacísimo. Sus créditos apenas comprenden el guión y dirección de este extraño thriller distópico y la colaboración en el guión de ¡Qué verde era mi duque! (José María Forqué, 1980), otra producción de Lotus Films. Alguna relación debía tener el interesado con Italia porque el equipo técnico-artístico está cuajado de nombres transalpinos y cuando se casa en 1987 las crónicas de sociedad constatan que el nuevo matrimonio "fijará su residencia en Roma". Presentada en el Festival de San Sebastián de 1981, en una edición especialmente volcada con los nuevos realizadores, la película pasó sin pena ni gloria por las pantallas españolas y no consta que pasase siquiera los trámites censoriales en Italia.
No es extraño porque Pájaros de ciudad discurre, sin solución de continuidad, por derroteros de fábula kafkiana, humor esperpéntico y parábola chusca sobre la sociedad contemporánea. La anécdota argumental se reduce al reencuentro de dos antiguos amantes después de que él hay disparado sin ninguna causa justificada contra el presidente de la multinacional en la que trabaja como economista. Una policía tecnificada que actúa gracias al control continuo sobre los ciudadanos mediante el uso de cerebros electrónicos y cámaras de vigilancia está sobre la pista de la pareja, que huye desesperadamente hasta refugiarse en unos grandes almacens y recuperar el amor perdido.
Más protagonismo que los intérpretes tienen casi las localizaciones madrileñas, de las que se explota hasta lo imposible la modernidad de la estación de Chamartín, el museo de escultura al aire libre de Rubén Darío y, como en otras producciones contemporáneas, las nuevas construcciones del complejo Azca, en la Castellana. Como contrapunto funciona un vetusto café de la plaza de Santa Ana, donde los relojes se pararon hace tiempo. Carente del rigor de Elio Petri -cuya La decima vittima (La décima víctima, 1965) parece el referente más inmediato- Sánchez Álvaro encuentra su propio camino en un humor de raíz capetovetónica al que se entregan sin fisuras Eduardo Fajardo y, sobre todo, José Luis López Vázquez y en algunos hallazgos a la hora de filmar la arquitectura. La imitación de la vida que constituyen los grandes almacenes en los que tiene lugar el clímax de la película, se articula también en las grandes superficies de cristal en las que se reflejan los personajes. Uno de ellos, episódico, homicida consciente, se aleja del protagonista y la cámara sigue su reflejo mediante una panorámica que continúa al llegar a la esquina del edificio, de modo que el hombre parece disolverse en el aire. No otra cosa sucedio con la película.