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Un criminal hace embarcar hacia Río a una mujer que ha presenciado como cometía un asesinato. Durante la travesía ella se enamora de un médico.
GÉNERO: Intriga
Pasaporte a Río (Daniel Tinayre, 1948)
Ramón Machado (Arturo de Córdova) participa en un atraco a una compañía de seguros. Al intentar escapar por el teatro colindante, es descubierto por el coserje, al que asesina. Nina Reyes (Mirtha Legrand), una de las coristas es testigo del crimen. Machado la sigue hasta la pensión en la que vive y le entrega un dinero para que pague la habitación. Acaso agradecida por ello, cuando la policía la llama a declarar, ella se niega a identificar a Machado.
Éste le propone que abandone Argentina con el dinero y vaya a Río de Janeiro, donde se reunirá con ella. Nina termina por aceptar. Recoge el maletín con el dinero en un faraje y embarca rumbo a Río. En el transatlántico comparte camarote con una mujer embarazada. Recurre al doctor Carlos Rossi (Francisco de Paula) para que la atienda y entre los dos se va desarrollando una relación que culmina en amor. Cuando tiene que pasar la bolsa con el dinero, le pide que lo haga él. Pero el médico se da cuenta de la encerrona, la visita en el club en el que actúa y le pide que vaya esa noche a su hotel donde le entregará el dinero y le demostrará la poca consideración que le tiene por haber mancillado su amor sincero. Pero el que se presenta en el hotel es Machado. Para salvar a Carlos de una muerte segura, Nina finge despreciarlo, pero tampoco soporta la vida de lujo material y miseria moral que le ofrece Machado. Mientras tanto, el tenaz inspector Olaver (Eduardo Cuitiño) les sigue la pista.
Con un envoltorio de cine criminal con ribetes psicológicos -las voces que Machado escucha en su interior, la orfandad de Nina que la empuja a buscar la protección de los hombres...-, Pasaporte a Río se desarrolla como un melodrama y el “melos” –las canciones interpretadas por Nina- ponen el acento una y otra vez en el destino fatal y la ausencia de amor: “Hermana de la noche y de la flor del mal, / amor fatal. / Yo doy por el dinero mis sonrisas, / yo soy la vendedora de caricias, / la calle me enseñó / su página más cruel. / ¡Qué horrible soledad / sin nadie a quien querer / pues yo que tanto amé / no tengo a quien amar!”
Qé duda cabe de que el noir estadounidense tiene su importancia en la configuración –sobre todo visual- de la cinta, pero tanto el ambiente portuario como el final trágico remiten al realismo poético de Marcel Carné, con Le Quai des Brumes (1938) y Le Jour se lève (1939) como hitos esenciales.