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Un hombre muy tímido sale con cinco chicas a un baile de disfraces para quue ellas puedan verse con sus novios.
GÉNERO: Comedia Negra
El tímido (Pedro Lazaga, 1965)
El tímido propone el análisis de una patología: la del “tímido, el poquita cosa, el no sé si atreverme, el que acepta el último puesto desde el principio, el que se come las ambiciones y se muerde las uñas… un servidor”. Al menos, así es como se ve Pablo (Adolfo Marsillach) y se explica a sí mismo antes las cinco chicas a las que piensa asesinar gracias a los métodos con los que se ha familiarizado trabajando en el gabinete de figuras de cera en el que conviven el verdugo de Valladolid, el atracador de Atarazanas, el vampiro de Claudio Coello o “El Sacamantecas”, que ya había inspirado la figura del asesino de Cuerda de presos.
Por supuesto, el asesinato no llegará a buen término… o malo, según se mire. Ni siquiera la violación quíntuple de las cinco muchachas que se han aprovechado de la timidez de Pablo para en que sus casas las dejen salir y luego poder irse con sus auténticos novios resulta cierta al final y Pablo terminará asumiendo su condición de imbécil perpetuo, sometido a la tiranía de su madre (Mari Carmen Prendes) y ejerciendo de padrino de los cinco niños nacidos de los honestos matrimonios a que ha dado lugar su aventura.
La crítica de costumbres que podía llevar implícita la película y que varias veces llega a verbalizarse, se disuelve, no obstante, en la tragicomedia individual de este personaje grotesco. En la construcción del mismo se advierte la mano de Marsillach, que escribe el guión al alimón con Lazaga. Para entonces ya había dirigido las series Silencio, se rueda (1961) y Silencio, vivimos (1962), que le habían dado una inmensa popularidad en la incipiente Televisión Española. Sin embargo, la estructura repetitiva de los bloques narrativos termina dotando al conjunto de un carácter parsimonioso que acaso hubiera resultado más contundente con un ritmo que no hubiera tenido que ceñirse –como Lazaga hace sin duda conscientemente-, a la premiosidad de la interpretación de Marsillach.