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Una chica empieza a trabajar en una inmobiliaria en uno de los más modernos barrios de Madrid, cuyas caras diurna y nocturna son la especulación y la prostitución.
GÉNERO: Drama
Madrid, Costa Fleming (José María Forqué, 1976)
Historias cruzadas de los inquilinos y agentes inmobiliarios de un edificio situado en la calle Doctor Fleming, de Madrid en pleno boom de la construcción.
A partir del best seller homónimo del militar y humorista Ángel Palomino, José María Forqué intenta adentrarse por la vereda del esperpento coral, sin dejar de lado la crítica de costumbres. Como también se abandona a algunas veleidades poéticas -en uno de los pisos las palomas vuelna por doquier- y no descarta la escatología -la nueva vendedora debe vaciar la cisterna del inodoro del piso en venta porque siempre "ha pasado antes un albañil"-, las escenas se suceden sin mucha ligazón secuencial o genérica.
Los princiales hilos argumentales conciernen a la nueva vendedora (Verónica Forqué, hija del director), joven idealista abocada a tratar con un constructor sin escrúpulos (Agustín González); un jubilado (Ismael Merlo) que pretende vivir lo que le quede disfrutando de la vida gracias al alquiler de los siete apartamentos que ha comprado; la baronesa de Corinto (Mari Carmen Prendes), una proxeneta que explota sin contemplaciones a las chicas (Claudia Gravy, África Pratt...) que pretenden ejercer la prostitución en el barrio; y un hipócrita ya talludito (Luis Peña), dispuesto a volver a tomar las armas con tal de acabar con la oleada de inmoralidad que asola España.
El hundimiento de un nuevo edificio en construcción –sin víctimas, eso sí- y el embarazo de todas las chicas, se presentan como catástrofes paralelas que conducen a una solución no exenta de cinismo de dos de las historias principales.
Forqué planifica con brío la mayor parte del metraje, saca lo mejor de un reparto entregado a componer personajes caricaturescos y resuelve con seguridad la escena más comprometida: la del derrumbamiento del edificio. Sin embargo, en el filo del moralismo termina cediendo al subrayado enfático, lo que confiere a Madrid, Costa Fleming una pátina de película trasnochada en el momento de su estreno.