Pacto de silencio (1949) / Pacto de silencio (1963)

Pacto de silencio (Antonio Román, 1949) /  Pacto de silencio (Antonio Román, 1949)

Alfonso Sánchez proporciona a su viejo amigo y contertulio, Antonio Román, la base argumental de Pacto de silencio. Se trata de una historia que el crítico cinematográfico había oído contar al jefe de espionaje de Franco y que el director aporta a su recién firmado contrato con Emisora Films, para la que dirigirá cuatro títulos entre finales de 1948 y 1951.

Dice Fernando Méndez-Leite que se trata de “una estupenda idea argumental” aprovechada por Tamayo y Coll “convirtiéndola en una impecable continuidad fílmica”. El guión firmado por la pareja, titulado provisionalmente “Tres días en blanco”, desarrolla la historia de un oficial británico, John Brand (Adriano Rimoldi), que cambia su documentación con la de un muerto durante la ofensiva alemana en Dunquerque. La acción salta entonces a la Plana de Vich donde conviven un estudiante de Derecho (Conrado San Martín) e Isabel (Ana Mariscal), la mujer que se cree viuda del oficial.

En la Francia ocupada, Brand entra en contacto con la Resistencia. Le encomiendan la misión de entrevistarse en Argelia con un tal Duprez. Gracias a su memoria prodigiosa el intercambio de información se realiza sin riesgo de que ningún documento comprometedor caiga en manos del enemigo. La sombra del tío Alfred es alargada, aunque uno no puede remediar sentir más compasión por la tragedia grotesca de Mister Memory (Wylie Watson), condenado a muerte por el prurito artístico de contestar qué son The 39 Steps (Los 39 escalones, 1935), que por este comandante Brand, héroe de la mnemotecnia.

De regreso a España, Brand se baja del tren en Lecumberri (Navarra) y llama a Isabel para que se reúna con él. Con el asesinato del hombre misterioso que persigue al militar, abandonamos el campo belico y el espionaje y entramos de lleno en el melodrama, con viuda embarazada acusada de asesinato y defensor enamorado incluidos.

Román debió quedar satisfecho del resultado porque retoma el argumento en 1963 como vehículo para el lucimiento de su esposa, Yvonne Bastien. El argumento queda acreditado ahora a Tamayo y Coll, “según la idea de Alfonso Sánchez”, en tanto que el guión está firmado por Tamayo “con la colaboración de Antonio Román y Vicente Coello”. Un auténtico rompecabezas, en el que lo fundamental es la puesta al día de las circunstancias históricas. Desde los mismos títulos de crédito, los fondos fotográficos y un montaje reportajístico muestra imágenes de la guerra de Argelia.

Isabel (Bastien) es la esposa del militar Jean Clausel (Pierre Brice), veterano de Indochina, que se supone ha fallecido carbonizado en un atentado del FLN. Carlos (Carlos Estrada), un periodista español amigo de la pareja, la acompaña e identifica el cadáver gracias a un anillo con los nombres de la pareja grabados. Pero cuando ella regresa a España, Jean está en el aeropuerto. Todo ha sido una estratagema para pasarse clandestinamente a las filas de la OAS y entregarles las claves secretas del Estado Mayor.

Carlos e Isabel se reencuentran tiempo después en San Sebastián, ciudad en la que se detendrá Clausel de camino hacia Francia. En un pueblo de la frontera, Clausel mata a un espía argelino e Isabel es acusada del crimen. Cuando Jean se reúne con el coronel Mercier (Carlos Casaravilla) en Francia éste se dispone a explicarlo por traición a la organización. Mientras tanto, Isabel es juzagada en España por asesinato. Carlos ha asumido su defensa.

Frente a los tintes sombríos de la primera versión, esta segunda intenta integrar infructuosamente el registro documental de los hechos ocurridos en Argelia con los intíngulis del suspense y el drama judicial, en un cóctel que nunca termina de funcionar y no sólo por los problemas derivados de la mezcolanza genérica y formal, sino por la escasa transmisión de la pareja protagonista.