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Una mujer es asesinada. La última persona que la vio con vida fue su hermana gemela, religiosa en un convento. Allí acude la policía para esclarecer el caso.
GÉNERO: Drama,Intriga
Bajo un mismo rostro (Daniel Tinayre, 1962)
Como otras películas dirigidas por Tinayre, ésta arranca con una cita bíblica: “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. La pronuncia un inspector de policía que propone el relato desde la banda de sonido como una lección moral para las jóvenes que eligen la vida fácil y que -¡oh, moraleja!- habitualmente termina en la más dura de las vidas. Se supone que es uno de los casos más difícil en los que tuvo que intervenir, aunque los mismos títulos de crédito sobre los que escuchamos su voz nos informan de que la historia es una ficción basada en la novela “Hijas de la alegría” de Guy des Cars. Para terminar de rizar el rizo del paralelismo entre ficción y realidad el caso habría estado protagonizado por dos mellizas que en la pantalla van a encarnar las también mellizas Silvia y Mirtha Legrand, esta última mujer del director.
Sor Elisabeth (Silvia Legrand) e Inés (Mirtha Legrand) son hermanas gemelas, pero la mientras la primera vive en la inocencia del convento, la otra se deja deslizar por la pendiente de la prostitución por amor a Jorge (Ernesto Blanco), un chulo sin escrúpulos. La película comienza cuando el inspector Maldonado (Wolf Rubinsky) llega al convento para comunicarle a sor Elisabeth la muerte de su hermana y la monja reconstruye el pasado. En este relato reside el quid de la intriga: un modesto artificio puesto ante los ojos –o mejor, los oídos- del espectador desde el primer momento.
Claro que la ingenuidad de Inés resulta inaudita y pone a prueba la suspensión de incredulidad del espectador más entregado. Es a consecuencia del mazazo de comprender cuál es en realidad su relación con Jorge que ella está al borde del suicidio y la monja de la extenuación debido a la penitencia realizada por la salvación del alma de su hermana.
Entonces Inés tropieza en la noche con Jaime Alonso (Jorge Mistral), agregado militar en la embajada de España. Él está a punto de atropellarla. Se ofrece a llevarla en su coche. La invita a una bebida en el bar de un hotel donde otras mujeres ejercen la protitución y algunos de sus clientes la reconocen. En el aviador cree encontrar el amor verdadero, pero eso exige la redención previa y sendos sacrificios que van más allá de la renuncia. En este torbellino de pasiones, la transferencia de culpa es un juego de niños y el segundo flashback, que aclara lo que ya sabíamos que había sucedido, una redundancia.