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Comedia dramática que narra algunos episodios de la vida del dibujante de tebeos Manuel Vázquez, creador de personajes como Anacleto, las hermanas Gilda o la familia Cebolleta.
El gran Vázquez (Óscar Aibar, 2010)
Anacleto, agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015)
La leyenda y la obra del historietista Manuel Vázquez son demasiado grandes para la pantalla grande. La moda de las adaptaciones de tebeos estadounidenses se instaló hace unos años en el imaginario de la juventud globalizada. Ediciones Z, herederos del inmenso patrimonio gráfico de Bruguera, decidió subirse a la ola. Las memorables creaciones de Ibáñez, Vázquez y –parece que en el futuro inmediato- Jan, buscan su sitio en ese nicho que comparten la franquicia y la nostalgia de un tiempo no vivido.
Anacleto, agente secreto se inscribe sin ambages en esta corriente. Busca la legitimación con la presencia de un actor con pedigrí como Imanol Arias, pero recurre a Berto Romero, a Buenafuente y a Corbacho, para dejar claro que comparte con su público potencial algo más que unas viejas viñetas que posiblemente nadie haya leído. El guión no deja baza por jugar: comedia de acción, drama paterno-filial, guerra de sexos y su puntín de costumbrismo esperpéntico. Lo malo es que el conjunto no es un todo orgánico. La amalgama está constituida por el gag verbal de comedia televisiva. Incluso, el sketch autónomo, como el del suero de la verdad. Pero las escenas dialogadas de la pareja o entre padre e hijo, que buscan proporcionar peso sicológico a los personajes, resultan tan ineficaces como prescindibles. El público ríe. Se reconoce en estos códigos. No en el del Anacleto de Vázquez: el de los desiertos metafísicos, las escaleras sin principio ni fin, los laberintos convertidos en viñetas y las viñetas convertidas en laberinto… todo aquello, en fin, que de original e irrepetible siguen teniendo las historietas creadas por Vázquez en un momento en que las parodias de 007 se multiplicaban, del Flint cinematográfico al Superagente 86 televisivo.
Todo lo contrario que la película de Óscar Aibar, que pretende ser, antes que nada, un homenaje a la profesión de historietista. Y además, historietista en Bruguera. Vale decir, ser puta y pagar la cama. Acaso el lastre mayor sea la presencia de un actor no-actor como Santiago Segura para encarnar la figura del mítico dibujante moroso. El gran Vázquez busca su sitio merced a una estilizadísima recreación de la época mediante la fotografía y el diseño de producción. El guión y los personajes importan menos que este universo creado a imagen y semejanza de los tebeos, pero como teñido por la pátina sepia de la melancolía.