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Bárbara es una niña que tiene una pesadilla: un bombero aparece en la ventana de su dormitorio. Cuando crece, escapa de casa, pero regresa para hacer realidad su pesadilla.
GÉNERO: Experimental
Flammes (Adolfo Arrieta, 1978)
Adolfo Arrieta ha sido Adorfo, Udolfo y ahora es Adolpho Arrietta con "ph" y doble "t". Una huida constante de todo lo estable salvo su obra, de una fidelidad absoluta a sí misma, tanto da que estuviera rodada en España a mediados de los sesenta y con medios escasísimos o como parte del exilio español en París a partir de 1968.
En 1977, a caballo entre Madrid y París, Arrieta escribe Flammes, reelaboración de una película de 1973: Le chateau de Pointilly. Como en ésta, hay en Flammes un padre estricto y posesivo que pretende controlar la vida de su hija, princesa encerrada en un castillo. También hay una escapada al mundo exterior, de la que la hija vuelve para cumplir con su destino. El cambio fundamental es el bombero. Porque si en Pointilly hay dibujos de ángeles y alas de ángel recortadas en papel, como en casi todas las películas anteriores de Arrieta, en Flammes hay un bombero que se presenta en los sueños infantiles de Barbara (Eloïse Bennett) y la aterroriza. Su padre (Dionys Mascolo) le explica que se trata del reflejo de la luna en un cristal roto y echa la culpa de que la niña tenga esas pesadillas a la preceptora (Paquita Paquin), su amante.
Barbara (Carline Loeb), ya adolescente, escapa de casa con la nueva institutriz (Isabel García Lorca). Sin embargo, no pasará mucho tiempo antes de que regrese y llame a los bomberos pretestando un incendio en la casa. En realidad se trata de una excusa para entablar una cita con uno de ellos (Javier Grandes), que deberá cumplir su fantasía de ir a visitarla por la noche y entrar por la ventana.
Como en Le chateau de Pointilly, el incesto planea sobre el argumento. Al contrario que en su película anterior, Flammes tiene un final feliz. Después de haberse asomado a la locura Barbara se reconcilia con sus pesadillas que, al fin y al cabo, no eran más que sueños en los que uno puede vivir.