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Alberto Robles, un médico idealista fracasado que ha intentado ejercer su profesión en el pueblo de Santa Cruz, llega a la ciudad de México para hacerse cargo de un puesto en una lujosa clinica.
GÉNERO: Drama,Social
El rebozo de Soledad (Roberto Gavaldón, 1952)
Alberto Robles (Arturo de Córdova) es un médico de mediana edad que se considera fracasado en la vida después de haber intentado ejercer su profesión más allá de cualquier interés personal en el miserable pueblecito de Santa Cruz. Su confidente y contrincante dialéctico es el padre Juan (Domingo Soler). La amistad entre ambos está cimentada en el respeto mutuo y salpimentada por puyas y ardides mediante los que cada cual pretende llevar el agua a su molino. Frente a ellos, tres figuras que encarnan al pueblo esencial. Roque Zuazo (Pedro Armendariz) es un hombre de una pieza, que defiende su tierra a punta de machete y toma a una mujer cuando le gusta. Su contrincante es don David (Carlos López Moctezuma), cacique del pueblo que ambiciona su tierra. Por último, pegada a esa misma tierra como símbolo vivo de ella, Soledad (Stella Inda), mujer humilde, cuya belleza primitiva desencadenará la tragedia.
En resumen, cine de preocupación social de un didactismo que hoy en día resulta un poco trasnochado. Los méritos y deméritos hay que buscarlos en otra parte, porque con estos mimbres tejen Roberto Gavaldón y José Revuelta una muestra más del ciclo indigenista que constituye uno de los principales filones exportables de la cinematografía azteca. Contribuye a ello la preciosista fotografía del aclamado Gabriel Figueroa, a ratos precisa -el entierro de la madre de Roque-, a ratos recargada -los planos de la capilla abandonada, uno de cuyos fotogramas ilustra esta entrada- y siempre enfática -cualquiera de las escenas exteriores compuestas con troncos retorcidos en primer término-. Que Roberto Gavaldón tenía razón al planear la película lo prueba el que ganara ocho premios Ariel, aunque se le escapó el de dirección. Lo obtuvo en 1946 por La barraca, en 1950 por En la palma de tu mano y en 1953 por El niño y la niebla.