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Eduardo Vinhais, que regresa a la hacienda familiar después de haber estudiado en el extranjero, se enamora perdidamente de María de Graça, cantadeira con un pasado escandaloso. Por ella, se hará torero.
Sangue toureiro (Augusto Fraga, 1958)
La película comienza con unas hermosas imágenes de la vida de los ribatejanos en torno al río Tajo, para mostrar luego las marismas donde se cría el ganado bravo. El locutor (A. Tavares da Silva) anuncia que éste será el escenario de la eterna historia de amor. El romance tiene tres vértices: Isabel (Carmen Mendes), muchacha romántica enamorada de la vida en el campo y del hijo de los Vinhais que se fue un día al extranjero para estudiar; Eduardo (Diamantino Viseu), el hijo díscolo que por amor se convertirá en matador de toros; y María de Graça (Amália Rodrigues), cantadeira con un pasado escandaloso.
A pesar de la insistencia de don Jerónimo de Vinhais (Erico Braga) su hijo deja de lado la gestión de la hacienda familiar para vivir en concubinato con Maria de Graça y dedicarse al toreo. Una vez más, las contraposiciones son claras: la Lisboa de los modernos apartamentos y las grandes avenidas que se abre al futuro frente a la marisma, la lidia a pie frente al toreo ecuestre, los automóviles aerodinámicos frente a la naturaleza representada por el caballo… En suma, los rostros de la modernidad frente a la tradición, en una alternancia simple que no guarda ninguna sorpresa ni en su planteamiento ni en su ejecución.
Sangue toureiro es una película apenas redimible. Los interludios cómicos a cargo de una periodista norteamericana (Fernanda Borsatti) y su cicerone (Raul Solnado) rozan lo patético. Las estampas típicas devienen tópicas. Sólo los fados de Amália rompen este esquema, suspenden la narración y nos hacen pensar en Minnelli. Tres de ellas están fotografiadas en riguroso claroscuro. Amália lleva vestidos preferentemente negros. A lo mejor con un broche, una flor roja o un pañuelo verde. Nuestra mirada se abisma en su rostro y en sus manos, únicas fuentes de luz. Y en mitad del rostro, como una herida abierta su boca. Una boca roja de la que el fado brota apasionado. La boca de Amália: llaga y fruta.
Circo Méliès