Al fin solos (1955)

Al fin solos (José María Elorrieta, 1955)

Rafaelito (Pastor Serrador) y Teresita (María Dulce) van a contraer por fin matrimonio, pero él es un despistadísimo químico, inventor de un crecepelo milagroso, que se mete en mil y un líos. Tanto es así que, con su chaqué alquilados, se planta en la iglesia de Santa Lucrecia, donde se celebra un funeral, en vez de ir a la de Santa Lucía, que es donde le espera su novia. Quiere la casaualidad que un grupo de agentes comunistas lo confundan con el espía que guarda en su chistera la fórmula de un revolucionario carburante. Así que en cuanto la pareja enfila la carretera en su biscúter en viaje de novios, los agentes lo secuestran e impiden que el matrimonio se consume. A partir de ahí, un rosario de idas y venidas por hoteles, comisarías, manicomios y salas de fiestas —El Molino Rojo de la calles del Tribulete— hasta que los novios consigan quedarse "al fin solos".

Durante la década de los cincuenta el guionista José Manuel Iglesias cultivó este modelo de comedia inverosímil que bien poco tiene que ver con el costumbrismo y que, en cambio, tiene relación directa con lo que Conti, Cifré o Peñarroya venían haciendo en el Pulgarcito. Títulos como El fenómeno (Ignacio F. Iquino, 1956), El fotogénico (Pedro Lazaga, 1957), El hincha (José María Elorrieta, 1958) o Bombas para la paz (Antonio Román, 1959) así lo atestiguan. Los personajes tienen la misma consistencia que el Loco Carioco o Pepe el hincha: un director de manicomio más chalado que sus asilados (Raúl Cancio), un demente que cede el paso para entrar a las duchas frías (Manolo Gómez Bur), un cliente del laboratorio que luego resulta ser comisario de policía (Erasmo Pascual) o un mago (Saza) cuyo número boicotea Rafaelito travestido de médium oriental...