El carnaval de las bestias (1980)

El carnaval de las bestias (Jacinto Molina, 1980)

La que se presenta en España como primera coproducción hispano-japonesa es un reciclado de temas que Naschy había tratado con anterioridad, con unos cuantos pegotes nipones, la cita en clave castiza de Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968) y un puñado de insertos que escarban en el rimero de tópicos del fantástico.

Con todo, el inicio se plantea como una película de acción a cuerpo limpio. Hay que reconocer que Naschy sale bien parado del empeño. Bruno (Naschy) ha dejado embarazada a Mieko (Eiko Nagashima), quien en realidad pretende embaucarlo para que robe unos diamantes para la banda terrorista que lidera su hermano (Kori Maritugu). Ellos no han utilizado nunca la violencia y la experiencia como mercenario de Bruno les sirve para garantizar el resultado del golpe y como lección práctica para los jóvenes e inexpertos integrantes del grupo. De poco les valdrá, porque Bruno mata a uno de ellos y escapa a Madrid con el botín. Mieko y su hermano le siguen. La violencia es ahora su principal argumento. Se tirotean mutuamente con ametralladoras en las ruinas de una abadía. Bruno queda malherido y Mieko pierde su pista. Y así, transcurrida media hora de metraje, empieza otra película: la de la familia que lo acoge en su casa de campo, aparentemente con la mejor intención, pero con un secreto terrible. Y no, no es la muerte en África y en extrañas circunstancias de la mujer (Julia Saly) de don Simón (Lautaro Murúa), que se encuentra enterrada en un cementerio cercano. Mónica (Silvia Aguilar), la mayor de las hijas, es una fiera lasciva; Alicia (Azucena Hernández), una flor de santidad, que caerá bajo el irresistible hechizo erótico del recién llegado. Mientras tanto, el padre se solaza con unas sesiones de sadomasoquismo con Raquel (Roxana Dupré), la criada africana con acento de doblaje de Lo que el viento se llevó. El contacto entre tan insólita familia y el pueblo queda establecido por don Serafín (Pepe Rubio), el veterinario que visita periódicamente las cochiqueras de la casa, con los productos de cuya matanza se celebran anualmente unos suculentos banquetes de carnaval a los que acuden las fuerzas vivas.