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Un cantaor arruinado ayuda a un joven novillero que desea convertirse en matador.
GÉNERO: Drama,Música,Toros
De barro y oro (Joaquín Bollo Muro, 1966)
Manuel (Manuel San Francisco) llega a Madrid con el sueño de convertirse en matador. Es un sueño meramente pecuniario. No se menciona a su familia ni parece que haya dejado nada atrás, salvo la miseria y el hambre. Tampoco en la capital le espera mejor suerte. Apenas baja en el matadero del camión en el que ha viajado le confunden con un raterillo y esán a punto de pegarle una paliza si no fuera porque el señor Juan (Juanito Valderrama) saca la cara por él. Es un antiguo cantaor arruinado por su afición a la botella, que viene de amenizar una juerga de señoritos a la que le ha llevado su amiga Lola (Dolores Abril), una artista de variedades liada con Antonio (Adriano Domínguez), cronista de las francachelas de la buena sociedad. Juan se lleva a Manuel a su pensión y se propone ayudarle desinteresadamente, consiguiendo que le contraten para torear en algún pueblo o en la ganadería de Carmela (Alejandra Nilo), quien lo provoca para luego dejarlo plantado. Mientras tanto, Manuel se ha ido con otro maletilla (Luis Ferrín) a divertir a unos extranjeros, pero cuando uno de ellos le ofrece dinero a su amigo por mantener una relación homosexual, éste se precipita al vacío. Manuel huye. La policía le detiene para tomarle declaración y Juan consigue sacarle del calabozo mostrando el contrato que acaba de firmar con un empresario que le exige que toree en charlotadas para poder costearse el acceder a una novillada en condiciones. Manuel ha iniciado una relación con Lola y ella logra, a través de Antonio, que le vea torear un empresario importante (Félix Dafauce). La condición es que no pueden volver a verse. Lola regresará con Antonio y, para poder torear de verdad en la plaza de Tembleque, Manuel debe renunciar también a que Juan sea su apoderado. Ha utilizado a las dos personas que le han ofrecido algo desinteresadamente y para alcanzar su ambición tiene que dejarlas atrás. El ascenso social de Manuel supone su desvinculación del circuito de solidaridad entre desposeídos que ha sido su tabla de salvación al llegar a la ciudad. No obstante, el último plano de la película está dedicado a Juan, patéticamente solo en mitad de la plaza, el peón más débil en el juego y, por tanto, sacrificado sin contemplaciones.