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Un hombre con una familia y una buena posición se obsesiona por una chica que ha intentado suicidarse.
GÉNERO: Drama
Las secretas intenciones (Antonio Eceiza, 1969)
Las primeras imágenes de Las secretas intenciones presentan fragmentos de los cuerpos de un hombre y una mujer en la cama. Una panorámica por sus antebrazos se detiene en una cicatriz que ella tiene en la muñeca: signo evidente de un intento de suicidio. Los rostros que corresponden a estos cuerpos son los de Jean-Louis Trintignant -el protagonista de Un homme et une femme (Un hombre y una mujer, Claude Lelouch, 1966)- y Haydée Politoff -de La collectionneuse (La coleccionista, Eric Rohmer, 1967)-. Si no hubiéramos visto antes los títulos de crédito juraríamos que vamos a ver una de esas películas de qualité auspiciadas por el éxito de la Nouvelle Vague como etiqueta.
Blanca (Politoff) es una joven obsesionada con la muerte. Su apartamento está decorado con fotos de suicidas y en la terraza tiene un catalejo dirigido hacia el cementerio. Miguel (Trintignant) es un diseñador también obsesionado, pero por ella, por lo que ella representa de vida nueva. Su juego del ratón y el gato y sus encuentros fortuitos son fruto de esta contradicción flagrante. Miguel está casado con Marta (Yelena Samarina) y mantiene una relación con Pepa (Teresa del Río). Para evitarse una escena, va acompañado de Blanca a casa de Pepa y Ernesto (Julio Núñez), su marido. Entre los dos hombres se establece una suerte de duelo por la chica. La persecución continúa por la ciudad, en tren o en un camión que los recoge en autoestop.
Las secretas intenciones es la última colaboración de Eceiza con Elías Querejeta, el productor al que está íntimamente ligada esta primera parte de su filmografía, antes de exiliarse. La presencia de Rafael Azcona en el guión viene dictada por sus trabajos previos en la productora, desde sus colaboraciones con Saura hasta su participación en Los desafíos (1968), película montada a partir de tres episodios dirigidos por Claudio Guerín Hill, José Luis Egea y Víctor Erice. A partir de un tratamiento elaborado por el director y Angelino Fons, Azcona intenta introducir varios episodios de surrealismo cotidiano que conecten a unos personajes un tanto abstractos en su concepción con la realidad. Algunos se pierden en el montaje o entre las tijeras censoras. Sobrevive el hombre que se empeña en que su madre baje por unas escaleras mecánicas de subida, el anciano que pretende realizar una fotografía a su nieta con las palomas picoteando migas en su cabeza, el hombre que apuesta a que es capaz de comerse un vaso de cristal y, sobre todo, la escena protagonizada por José Luis López Vázquez –no en vano, eterno alter ego azconiano- al borde de la autopista.