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La condesa de Allbornoz escandaliza a la sociedad de su tiempo con sus amoríos, a pesar de que tiene un hijo.
GÉNERO: Historia
Pequeñeces (Juan de Orduña, 1950)
Paquito Lujan (Carlos Larrañaga) es el mejor alumno del colegio. Pero un año más, cuando termina el curso, su madre no acude a buscarle. Curra de Albornoz (Aurora Bautista) está muy ocupada en Madrid, buscando un hueco para sí y para su amante en la corte de Amadeo de Saboya, lo que escandaliza a sus amigos isabelinos tanto o más que su vida licenciosa. Su rechazo de la prebenda para quedar bien con sus amistades pone en ridículo a su marido (Juan Vázquez) y obliga al amante (Ricardo Acero) a batirse en duelo. Nada de ello importa a Curra, preocupada únicamente por satisfacer sus caprichos y salirse siempre con la suya. Todo lo demás son “pequeñeces”…
Trasladados a París para escapar de las revueltas producidas por la abdicación de Amadeo de Saboya, los condes de Albornoz se reencuentran con su primo Jacobo Téllez (Jorge Mistral), marqués de Sabadell, y la llama de la pasión vuelve a prender en el inflamable corazón de Curra. Pero Jacobo se ha comprometido a entregar unas cartas comprometedoras de algunos personajes públicos en Madrid y, cuando se entera del desastre, decide sacar provecho de ellas. Los amadeístas envían a un agente (Guillermo Marín) para que recupere las cartas o elimine a Jacobo.
Mientras tanto, Paquito, el hijo de Curra descubre sus amores adúlteros y Jacobo se reencuentra con Monique (Sara Montiel), una francesita con la que gasta lo que le saca a Curra. Cuando la amenaza por su traición se hace presente intenta reconciliarse con su mujer (Lina Yegros), pero ella no está dispuesta a seguir financiando su vida de crápula, así que Jacobo se ve obligado a esconderse en casa de Currito (Félix Fernández), el celestino y bufón de la aristocracia madrileña. Celosa por el abandono de su amante, Curra se presenta en casa de Monique con la excusa de pedirle un regalo para un baile benéfico, al que acude Jacobo en busca de ayuda para poder huir de España.
Liberado de las deudas pictóricas que coforman el resto de sus películas historicistas, Orduña se centra, como en otras ocasiones, en la ejecución de cada escena como si fuera un todo. Esto provoca alguna discontinuidad en el relato, pero produce momenrtos fulgurantes, como la fiesta en la que Curra se emborracha, el enredo en el Teatro Real –en el que se muestra razonable émulo de Max Ophuls-, la persecución durante las fiestas de Carnaval o la cena a la que, caída en desgracia, no acude ningún invitado.