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Una familia, harta de la rutina, decide ingresar en un circo.
GÉNERO: Comedia
¡Viva lo imposible! (Rafael Gil, 1958)
Una familia, harta del trabajo y la rutina, ingresa en un circo sólo para darse cuenta de que la rutina es igual en todas partes. Miguel Mihura coescribió el primer acto de esta comedia en 1939 y luego se desinteresó un poco de ella, por su humor más próximo al humanismo que a la deshumanización que entonces preconizaba aquella vanguardia en zapatillas que era la de los humoristas de La Codorniz. Rafael Gil realizó la adaptación tras su dedicación casi exclusiva al cine religioso y anticomunista en Aspa Films. La inspiración en Wenceslao Fernández Flórez en Camarote de lujo o, en este caso, en la comedia de Mihura, parece indicar un regreso a los orígenes, a sus comedias de principios de los años cuarenta.
Humorística y lírica a un tiempo, alcanza la excelencia en las secuencias surreales en las que gana protagonismo el domador interpretado por Gila. Fernando Sancho es un lanzador de cuchillos. Manolo Morán, como el patriarca -”el contable de estrellas”, que decía el subtítulo de la comedia- tiene uno de los mejores papeles de su carrera, lo cual es decir mucho. Paquita Rico, fuera de sitio por edad y aptitudes, hace lo que puede. Y el final, levemente subversivo en la comedia original, queda chafado por una llamada al orden familiar bien poco mihuresca. Si en la obra original Manolito terminaba escapándose con su abuelo en el circo ambulante en busca de una vida al margen de cualquier convencionalismo, en la película la escena final muestra a la familia reunida –niño incluido- cantando un villancico mientras los artistas del circo se alejen con sus carromatos. Como tantas veces ocurre con estas componendas, en el pecado va la penitencia. Porque el niño sigue con su familia, pero la carga de profundidad contra la institución ha hecho impacto en la línea de flotación cuando sus padres (Paquita Rico y José María Rodero) discuten cómo pasar la tarde del domingo.