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Los empleados y el dierctor de una oficina se disponen a aprovechar el fin de semana.
Fin de semana (Pedro Lazaga, 1962)
Don Alberto (José Luis López Vázquez), el director de la oficina, pega el esquinazo a su mujer (Laly Soldevila) con la excusa de una visita del director general para poder irse a cenar con su amante (Vicky Lagos), pero resulta que el director general (Ismael Merlo) se presenta de verdad en la oficina dando al traste con sus planes. Su secretaria es Ángela (Elvira Quintillá), una chica romántica que el domingo se encuentra con un viejo amigo (Jesús Puente) que ha decidido disfrutar de la soltería y de la vida. Ramírez, Luis y Tomás (Manolo Gómez Bur, Ángel Ter y Venancio Muro) andan locos por ligar con las camareras del bar de la esquina. Bernardo (Antonio Ozores) es un soñador irredimible que pretende pasar el domingo en el campo con una chica preciosa (Soledad Miranda). Antonio (Enrique Ávila) espera reunir el dinero para poder casarse con Pilar (Ángela Bravo). Don Joaquín (José Orjas) es un ogro en la oficina, pero en su casa vive sojuzgado por su mujer. Paco (Manuel Manzaneque), el botones, ha falsificado un cheque para hacerse con seiscientas pesetas con las que espera descubrir el mundo durante el fin de semana, escapando a la tutela de su madre.
Desde el punto de vista formal, lo más interesante de Fin de semana es el modo en que Lazaga da cuerpo a las fantasías de sus personajes. Cuando Ángela pide a la orquesta que toque "Bésame mucho", ella y su pretendiente se quedan solos en la boite y el mismísimo Antonio Marchín se materializa en el escenario, cantando sólo para ellos. Al lado de Sonsoles, Bernardo se sueña astronauta en misión espacial o el mismísimo Tarzán de los monos. Antonio y Pilar se extasían ante los escaparates de una tienda de muebles que les ofrecen la imitación de la vida que sería su vida de casados si tuvieran dinero para acceder al consumo en el que se cifra toda su felicidad, aunque al llegar al dormitorio se cierra la persiana del establecimiento... en un guiño a la censura. Apoyada la lectura en clave romántica de estas fantasías por la partitura de Antón García Abril, lo que la película termina mostrando es la sublimación del deseo que absolutamente ninguno de los personajes es capaz de satisfacer fuera del matrimonio. Ni siquiera dentro de él, como en el caso de don Joaquín o don Alberto, lo que preludia un final muy poco feliz para el resto de las historias.