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Un juez destinado en Sevilla se siente subyugado por el caso de una joven que murió dieciséis años atrás y cuya muerte se cerró con un veredicto de suicidio.
GÉNERO: Drama,Guerra Civil Española
El frente de los suspiros (Juan de Orduña, 1942)
Como en Porque te vi llorar (1941) Orduña vuelve a adaptar una novela de Jaime de Salas Merlé en la que la Guerra Civil tiene cierto peso argumental y en la que un misterio del pasado se cierne sobre el presente de los personajes. También como en aquélla, hay un personaje que asume una culpa que no le corresponde por no sabemos qué extraña necesidad de redención que raya en el masoquismo. Y una vez más el proceso de purificación llevará parejo la consecución del objeto amoroso en un final tan rocambolesco como almibarado.
El pistón que pone en marcha la acción podría ser obra de la casualidad, si no estuviéramos ante un melodrama en la que ésta adopta la máscara del destino. El mismo día en que el juez Servando Ortigueira (Fernando Fernández de Córdoba), destinado en la Sevilla de la retaguardia durante la Guerra Civil española, desempolva el viejo expediente del suicidio de María de los Reyes Cañaveral, ocurrido en 1920, traba conocimiento con su viudo, don Ricardo (Manuel Arbó) y con su hija (Pastora Peña). Don Ricardo vive obsesionado por el pasado y por los celos que siempre sintió por un primo suyo llamado Pablo (Alfredo Mayo), un calavera con quien María de los Reyes estuvo ennoviada antes de casarse con él. Pues bien, Pablo abandonó entonces España y vuelve también en ese mismo día a Sevilla, arruinado, pero dispuesto a rehacer su vida.
El frente es una referencia lejana, que se hace presente en la necesidad imperiosa del hijo de don Ricardo por alistarse en la marina, por la presencia de unas damas un tanto frívolas en su trato con Pablo, evacuadas desde el Madrid republicano, y en el sacrificio de Angustias (Antoñita Colomé), sevillanita pizpireta, enamorada del juez, que termina consagrándose a la labor de enfermera en el frente.
Y aún hay algunos entrecruzamientos narrativos más. Es precisamente ese enrevesamiento argumental y la ausencia de un protagonista único el principal lastre de la película. Por lo demás, Enrique Guerner hipertrofia la presencia o la sombra de rejas, celosías y persianas que parecen simbolizar la imposibilidad de desentrañar el pasado cuando una sencilla explicación del médico (José Calle) al principio del tercer acto resuelve el enigma sin más complicaciones.