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Morena Clara y Regalito son detenidos por una pareja de la guardia civil por un hurto. El severo fiscal se lleva a la pizpireta Morena Clara a vivir a casa.
GÉNERO: Música
Morena Clara (Luis Lucia, 1954)
Las secuencias de precréditos de las películas de Luis Lucia con la colaboración literaria de José Luis Colina son casi un género en sí mismas. Los mismo da que estemos ante una supuesto equipo de rodaje buscando en la calle al personaje principal de una película de corte neorrealista -Cerca de la ciudad (1952)- o en el mismísimo Más Allá, donde Cupido se encarga de enlazar corazones solitarios -La hermana San Sulpicio (1952)-. En ésta segunda versión de Morena Clara, tras la exitosísima realizada durante la República por Florián Rey, Lucia nos traslada nada menos que a un Egipto de cartón piedra donde los subditos del faraón bailan como si estuvieran en un tablao. Para colmo, desde la banda sonora, Fernando Fernán-Gómez nos informa de que él mismo no es un vulgar locutor, sino "una erudita voz de ultratumba". Entre parodias lorquianas y visiones de una pareja de la benemérita con tricornios y faldellines al uso de la época, se recrea así el supuesto origen egipcíaco de la raza calé.
El paso por la Itálica romana, donde los descendientes de aquéllos, le roban los caballos de la cuádriga a un patricio interpretado por Antonio Ozores, llegamos a la Edad Media, cuando el corregidor de la ciudad (Fernando Fernán-Gómez) lleva ante el tribunal a una hechicera gitana llamada Trinidad (Lola Flores), que no ha podido ejercer sus malas artes sobre él porque parece que los pelirrojos repelen los conjuros. Es entonces cuando ella le echa una maldición que los condena a volverse a encontrar por los siglos de los siglos como gitana y fiscal. Ha pasado un cuarto de hora de película antes de que Lucia retome el argumento de la comedia de Antonio Quintero y Pascual Guillén que relata las riñas y amores entre los descendientes de aquéllos.
Miguel Ligero repite en el papel de Regalito, que popularizara dos décadas atrás, y Manuel Luna, que en aquella adaptación hiciera de fiscal aparece aquí en una pequeña colaboración, encarnando al juez. La incorporación de una mujer (Ana Mariscal), como abogada defensora, no es el principal cambio en un argumento que pierde por el camino toda la subtrama dedicada a los sobornos –al parecer, más inconveniente que presentar a Lola Flores con mostacho y casco de guardia urbano- y, en cambio, incorpora la conversión del recto fiscal a la tipología del gitano sandunguero.