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Isabel y Luis son profundamente felices después de siete años de matrimonio, pero la tragedia golpea sus vidas cuando su hijita muere al caer del columpio que acaban de regalarle.
De mujer a mujer (Luis Lucia, 1950)
De mujer a mujer es una de las mejores películas de Luis Lucia en el seno de Cifesa, un melodrama gótico que nos recuerda a otros dirigidos por John Brahm, Robert Siodmak o Thorold Dickinson, no por su argumento, sino por la pulcritud de su puesta en imágenes. La fotografía de Alfredo Fraile y la escenografía de Pierre "Pedro" Schild, se conjugan en la planificación precisa de Lucia para obtener el máximo partido de esta adaptación poco previsible de un drama de José María Pemán.
Pío Baroja, que ejercía de crítico teatral en diciembre de 1902, cuando se estrenó Alma triunfante, escribía: “La de Benavente es [una] tristeza pasiva; sus hombres y sus mujeres son figuritas resignadas que sufren en un infierno de hielo bajo un horizonte de plomo. A veces, estas figuritas quieren ser hombres y mujeres; gritan y se quejan, y sus gritos y sus quejidos tienen un tono falso”.
Juicio un tanto extremo pero que pone en evidencia la insatisfacción de la solución que el dramaturgo proponía al drama una vez planteado. La muerte de una hija de pocos años provoca un brote de locura en una mujer. La única solución es ingresarla en un manicomio, aunque no parece que exista cura. Con el tiempo, el hombre se refugia en el amor de otra mujer de clase inferior a la suya y tiene con ella una nueva hija. Sin embargo, los esfuerzos de un médico logran la curación de la esposa, que regresa a casa y termina enterándose de lo sucedido durante su ausencia a pesar de la conjura de su marido, su consejero espiritual y sus padres, puesto que una emoción de este tipo podría provocar su recaída. Su perdón y la asunción de la hija extramatrimonial como propia propician la renuncia de la segunda mujer y la regeneración del núcleo familiar.
Lejos de intentar suturar las contradicciones evidentes ofrecidas por la resolución del drama es como si el guión pretendiera hacerlas patentes. En primer lugar, el personaje de Emilia (Ana Mariscal), la amante, ya no es un rol secundario, sino que se convierte en una enfermera del manicomio en el que ingresa Isabel (Amparo Rivelles) y gracias a cuyos cuidados ésta consigue encontrar la paz espiritual que va a propiciar su recuperación. El encuentro entre ambas será el detonante del tercer acto de la película y la renuncia es mutua. Isabel fingirá un nuevo brote neurótico para no interponerse en la felicidad de la pareja ilegítima y Emilia atentará contra su propia vida para dejar el camino expedito a la familia legalmente constituida.
En el fiel de la balanza, el personaje del bonachón y sensato padre Víctor (Manuel Luna), quien, no obstante, hace la defensa del sagrado vínculo matrimonial y de la obligación “de abrazarse cada uno a su cruz y sufrir y padecer y consumirse de dolor”. Y es precisamente este delirio masoquista lo que Lucia lleva hasta sus últimas consecuencias gracias a una sabia utilización de la voz en off que proporciona a Emilia un disfrute vicario en la ilusoria felicidad que, a partir del momento en que aparezca en la pantalla la palabra “Fin”, aguarda a la pareja.