Venta de Vargas (1958)

Por Dqvlapeli Blog - De qué va ... - 24/07/2020

Venta de Vargas (Enrique Cahen Salaberry, 1958)

En pos de la senda de Juanita Reina en Lola la piconera (Luis Lucia, 1952), Lola Flores se lanza también a combatir al gabacho invasor utilizando todas sus armas de mujer. Dolores canta y baila en la Venta de Vargas, adonde llega un guerrillero (Antonio González "El Pescaílla") amparado en un hábito de franciscano. Por defender la honra de Lola de la lujuria de un oficial francés, Antonio resulta herido. Dolores se encargará de trasladarlo a la quinta de Isabel (María Esperanza Navarro), donde podrá esconderse. Así que no hay español de alta o baja cuna que no de amparo a los guerrilleros contra las duerzas ocupantes. El único tibio es Mauricio (Antonio Almorós), alcalde constitucional y, por ende al servicio del rey José, blandengue. La entrada en escena del capitán Pierre (Rubén Rojo), por cuyas venas corre sangre española, favorece la formulación de un cuadrilátero de pasiones: Dolores, que se había mostrado esquiva ante los avances de Antonio, se deja querer por el francés cuando ve que el guerrillero aprovecha que Isabel lo cuida para tontear con ella.

En una de sus escasísimas incursiones cinematográficas el aristócrata, diplomático y escritor Agustín de Foxá crea unos diálogos de sabor shakespereano con los que se desmelena Luis Prendes en el papel del comandante De Moulin:

-¡Toda España se mueve bajo nuestros pies! ¡Parece que se agrieta y que va a tragarnos! He recorrido triunfalmente toda Europa detrás de las vaderas del Emperador y en ninguna parte encontré este desasosiego, esta sensación de peligro constante. ¡Aquí nos odian todos! Nos odian los árboles, donde hay una asechanza. Los ríos transparentes, cuando vamos a beber, se vuelven turbios y cenagosos. Los campos de trigo, que se iluminan de fuego cuando nos acercamos a sus espigas. ¡No sólo nos odian los españoles! Es el paisaje, la tierra, las cosas…

El general Castaños (Félix Dafauce), en el bando contrario, parece compartir su visión telúrica de España y su incontinencia monologal:

-Nosotros tenemos la razón y ese ardor que comunica la tierra propia a quien combate sobre ella, como si le entrase por las plantas de los pies. No sabemos los designios de Dios, pero estpoy eguro de que también nos defenderá porque luchamos contra los impíos y jacobinos que destruyeron sus altares y adoraron a la diosa razón.

De este modo, los franceses quedan asimilados a los iconoclastas milicianos, según la versión cruzadista que de la Guerra Civil propalaban los vencedores de la contienda. Y entre monólogos, canciones de Lola y de su hermana, Carmen Flores, y apasionadas declaraciones de amor, se le hurta al espectador la batalla de Bailén, que debería de haber constituido el clímax de la cinta. Ante el supuesto final feliz sólo cabe la perplejidad.