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Las bodas de Blanca (1975)

Por Dqvlapeli Blog - De qué va ... - 09/03/2018

Las bodas de Blanca (Francisco Regueiro, 1975)

Blanca (Concha Velasco) se casó con Antonio (Javier Escrivá) para tener hijos. Pero Javier es impotente, así que el obispo ha decretado la nulidad del matrimonio. Ahora Blanca va casarse con José (Paco Rabal). Pero la noche anterior a la pedida de mano le entra miedo y decide escapar. En la estación se encuentra con Antonio, que le propone que vuelva a la casa de la que falta hace dos años. Y Blanca acepta.

blog Las bodas de BlancaComo el Buñuel mexicano, Regueiro hace suyas las leyes del melodrama y concentra cada momento para convertirlo en algo esencial. El padre de Blanca y su hermana monja (Isabel Garcés), la tía de Blanca, no se hablan hace treinta años. Si uno de los galanes de Blanca sufre de impotencia, el otro es sordomudo, lleva pistola y "le hace daño cuando la abraza". Blanca es maestra y da una clase a los niños en la que les explica que las mujeres "tienen que casarse para poder tener hijos". Ese anhelo suyo, inclumplido, es la esencia del melodrama como género. Blanca, vestida de rojo entre hombres con traje gris y monjas con hábito blanco, sigue siendo virgen. Se entrega al que va a ser su marido y éste la repudia, porque "una mujer decente sólo deja de ser decente con su marido".

Porque Regueiro no puede evitar el exasperar ciertos momentos hasta el esperpento: la escena del Tenorio que interpreta la monjita con un viejecito del asilo (Emilio Fornet), incapaz de recordar su papel; la llegada de un peregrino a la catedral de Burgos que una novicia (Loreto Antonia Samba) cataloga como ruso; el rito de la petición de mano se convierte en un cúmulo de malentendidos culminado con la irrupción de la tuna; José no es impotente, tiene una amante (Claudia Gravy) con la que sólo puede mantener relaciones bajo el templete de la música donde, de niño, se escondía para espiar a las parejas que bailaban...

Regueiro, con la complicidad de Ángel Fernández Santos en el guión, adopta por momentos modos de western y cita explícitamente The Lusty Men (Hombres errante, Nicholas Ray, 1952). Es sólo parte del complejo entramado de referencias que el director consigue introducir en una producción de José Frade con tres estrellas de primera línea, haciendo convivir las preocupaciones éticas y formales que ya se apuntaban en Sor Angelina virgen (1962) con un intento de hacer un cine popular. Si comercialmente no funcionó, estéticamente hoy podemos considerarla la etapa más consistente de su carrera, entre las pretensiones iniciales y la solemnidad final.

 

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