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Viaje sin destino (1942)

Por Santiago Aguilar - De qué va ... - 06/08/2010

Viaje sin destino (Rafael Gil, 1942)

Federico Poveda (Antonio Casal), aficionado a las novelas policíacas y empleado de la agencia de viajes Panorama, organiza los “Viajes sin destino” del título, que conducen a un grupo heterogéneo al Hotel La Luna Rosa cuyo propietario es un pobre viejo desquiciado. Don Daniel Gavirza (como siempre genial Alberto Romea) les cuenta a sus inesperados huéspedes la causa del abandono del lugar: la rivalidad amorosa con su hijo empujó a éste al suicidio. Desde entonces el espectro vaga por el caserón. Fantasmas, hombres invisibles y cadáveres que se esfuman en habitaciones cerradas mueven, una vez más, el romance de Poveda con la campeona de natación Rosario (Luchy Soto).
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La heterogénea filiación de la película pasa de la modalidad romántica al slapstick a la comedia social al gusto de Capra, deriva hacia la humorada de trucos y fantasmagorías, inserta un “celuloide rancio” y finaliza con una persecución a tiros en toda regla con llegada de la policía en el último instante incluida. Seguramente es esta mezcla indiscriminada de registros lo que echaba para atrás a los realizadores y productores a los que Santugini les presentaba el proyecto: “El pretexto era que la gente no iba a comprenderlo, porque se rompía una línea clásica de modo de cine. Justamente lo que yo pretendía hacer. Justamente lo que creo que se debe hacer siempre que se pueda, porque el cine tiene un rostro múltiple".

En los comentarios contemporáneos Viaje sin destino suele quedar emparedada en el díptico de inspiración fernandezfloreciana constituido por el brillante debut de Gil con El hombre que se quiso matar (1942) y su primer éxito resonante, Huella de luz (1942). Félix Fanés, por ejemplo, afirma sin ambages que pasado el primer rollo la película se pierde en “una barreja de gèreneres desproveída de picardia y habilitat” (Fanés 1989). El cronista de Cifesa apunta como signo del poco aprecio que el propio director pudiera sentir por esta película el hecho de que en la siguiente, su muy poco jardielesca adaptación de la jardelianísima Eloísa está debajo de un almendro (1943), se proyecte Viaje sin destino y un espectador se ponga a roncar. Quien quiera ver la película con menos prejuicios apreciará que el asunto no pasa ser una parodia autorreferencial tan común al género, por no mencionar que el vecino roncador se ha quedado sobado durante la proyección del No-Do y no en la de Viaje sin destino, durante la cual, además, reconviene a las damas por no dejar de parlotear. Es más, la tía Clotilde menciona varias veces el hecho de que esta película le recuerda a la casa de Bernardo y Ezequiel, con la contingencia de que cuándo habla de este último, encarnado por Alberto Romea, aparece en pantalla el Alberto Romea que encarnara a Gavirza. Juego de espejos enfrentados utilizado por Gil con inteligencia; nunca comentario despectivo de su anterior película.

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