Umbracle (1972)

Umbracle (Pere Portabella, 1972)

De las innumerables interpretaciones que admite esta obra de Pere Portabella, una pasaría por privilegiar la visión que Román Gubern ofrece de las normas de censura promulgadas por José María García Escudero cuando llega a la Dirección General de Cinematografía por segunda vez, a principios de la década de los 60. El establecimiento de unos criterios claros, que no quedasen al albur del humor de los componentes de las comisiones, era una demanda de los cineastas y de la propia industria desde las Conversaciones de Salamanca de 1955. No obstante, el propio Gubern resalta la ambigüedad de todas las normas y, sobre todo, de su aplicación. La solución entonces, propone Miguel Bilbatúa, una vez ha abandonado el puesto García Escudero y se han recrudecido los criterios, es olvidarse de la distribución estandarizada y lanzarse a la creación sin cortapisas de ningún tipo. Los productos derivados de esta práctica pueden etiquetarse de underground, independientes, marginales o militantes. Pero Portabella se resiste a las etiquetas.

Algunas escenas -con sentido propio, independientes de las demás- parecen jugar a saltarse las normas, como las dos de fetichismo -aquélla en la que una dependienta de una zapatería calza delicadamente a una clienta -y en la que es evidente el homenaje al Buñuel de Le journal d'une femme de chambre (Diario de una camarera, 1964) y la otra en que Christopher Lee le pone las joyas a Jeannine Mestre, tumbada desnuda en la cama- o la detención de un hombre en plena calle por lo que a todas luces son policías de la Brigada Político-Social. Las normas prohibían expresamente la representación de contenidos políticos y de parafilias, consideradas perversiones sexuales. El desafío está, por tanto, claro y Portabella se encarga de hacerlo explícito al incluirlo en la propia obra en una de las pocas escenas con sonido directo. La otra es en la que Christopher Lee se presenta a sí mismo como actor dispuesto a revelarse contra el plan del director, lo que le permitirá cantar un aria de ópera y recitar "El cuervo", de Edgar Allan Poe. Durante el resto del metraje, el sonido se desliga de la imagen, funcionando en completa asincronía con la intención evidente de molestar al espectador. Incluso, cuando se incluyen largos fragmentos de ese perfecto ejemplo de cine político-religioso que es El frente infinito (Pedro Lazaga, 1956).

Christopher Lee se convierte de este modo en una presencia catártica, un actor británico que asiste a una detención después de haber estado paseando por un gabinete de Ciencias Naturales, seguido a distancia por el conserje del Museo, mientras contempla los animales disecados encerrados en vitrinas. ¿Son estos metáfora de los espectadores pasivos, acostumbrados al cine adocenado? ¿O, sencillamente, los "españoles todos", aquejados de parálisis política?

Y, si esto fuera así, ¿qué sentido tendría la inclusión de breves fragmentos de clásicos del slapstick protagonizados por Harold Lloyd, Buster Keaton o Laurel y Hardy?