Póker de ases (1947)

Póker de ases (Ramón Barreiro, 1947)

Tras superar algunas diferencias personales gracias a la disciplina del pelotón de castigo de la Legión, El Templao (Manuel Luna), Duque (Luis García Ortega) y El Torero (Fred Galiana) se convierten en compañeros inseparables.

El relato arranca a modo de cajas chinas: un interlocutor al que no vemos cuenta el modo en que se encontraron los tres y relata una noche en un blocao, esperando el ataque de la harka rifeña. Durante esta noche cada uno de los tres cuenta cómo ha llegado hasta allí. El Torero por miedo a los toros y desprecio a la vida, El Templao por una serie de venganzas personales después de haber ejercido de tahúr en Centroamérica, y Duque a causa de una mujer… Pero no nos enteramos del final de esta historia porque los rífeños atacan al rayar el alba y los legionarios carecen de munición para resistir más de tres horas. La llegada de la Legión culmina este primer acto meramente expositivo.

El segundo acto arranca en Madrid, con la separación de los amigos. El Templao no quiere ser una rémora en la vida social del Duque, quien, en realidad ha resultado ser un aristócrata enamorado de una mujer casada. El Templao y El Torero se trasladan entonces a Centroamérica, donde el primero sigue haciendo trampas en el juego. Quiere el destino que a la ciudad llegue el Duque, en su condición de ingeniero responsable del tendido de la vida férrea entre Sacramento y Punta Serpiente, en el Caribe. El intendente Filomeno Damesano (Manuel Arbó) y el cacique Pardo Leiva (José Jaspe) están interesados en que la obra no se culmine, pero a pesar del enfrentamiento entre el Duque y el Templao por el amor de la bella Isabel (Isabel de Pomés) cuando llegue el momento de demostrar la camaradería los tres vuelven a reunirse.

Después de facturar tres parodias excéntricas de géneros cinematográficos –una de vaqueros, una de chinos y una de piratas-, Ramon Barreiro se enfrenta a una película en la que los códigos del cine de aventuras no se toman a chufla. No por ello, los tópicos lo son menos. Al contrario, el grueso del metraje se desarrolla en cafetines ceutíes y cabarets tropicales, entre bebedores enturbantados y gángsteres con traje blanco de lino. Las grandes obras en las que trabaja el ingeniero brillan por su ausencia y apenas un puñado de recursos exteriores sirven para situar la acción en el norte de África. Nada de ello resulta necesario -debió pensar Barreiro- porque el espectador se mueve en un terreno perfectamente acotado por el cine estadounidense.

Póker de ases no es una película de aventuras, sino el esquema una película de aventuras.