Me enveneno de azules (1969)

Me enveneno de azules (Francisco Regueiro, 1969)

En Si volvemos a vernos (1968), su anterior película, Regueiro ejercía de notario de las preocupaciones de sus contemporáneos introduciendo en la trama, a través de la televisión, la guerra de Vietnam y la amenaza atómica. Un año después, el mundo está pendiente de la retransmisión de la llegada del primer hombre a la luna. También el equipo de Me enveneno de azules, que rueda el televisor que ocupa lugar central en la cocina del sestartalado y señorial piso de la calle Velázquez en el que se ha refugiado Miguel (Junior) a su vuelta de París.

Escapó allí porque un mal día se encontró a Marta (Charo López) en la cama de su padre (Antonio Casas). Ahora, dos años después el hermano de MIguel (Francisco Guijar) está rodando una película en la que ella es la protagonista y en la que recicla imágenes del pasado, cuando ambos disfrutaban de un noviazgo adolescente. No obstante, el motivo del regreso es la noticia de la muerte de su madre. Ausente ella, la única relación no traumátca con el pasado es la que Miguel mantiene con María (María Fernanda Ladrón de Guevara), la vieja criada de la casa de Velázquez. El resto, es un Madrid agresivo, moderno, consumista, frío... rayano en lo fantástico cuando Miguel acude a buscar a su padre a la fábrica de productos químicos o farmacéuticos donde trabaja. Pero aún allí es imposible el encuentro. El padre resulta una figura elusiva y Miguel deambula por los diversos escenarios como sonámbulo, sin conseguir trasmitir nada a unos espectadores ahogados por una cámara febril, acosadora, y la ominpresencia en la banda sonora de piezas de Bach y Beethoven que buscan sugerir el desolado paisaje mental del protagonista.

Mercedes Juste, en el papel de la novia parisina de Miguel, y Jaime Chávarri, en el cameo del montador de la película de su hermano, sirven de correlato al puente que Regueiro querría tender con las nuevas generaciones provenientes de la Escuela Oficial de Cine, pero la operación no termina de cuajar y el de Valladolid proseguirá la larga travesía del desierto hasta su rehabilitación oficial con Padre nuestro (1985).