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Barcelona, 1623. Don Juan de Serrallonga se refugia en las montañas para combatir al gobernador Carlos de Torrellas, hermano de su amada. Secundado por una cuadrilla de hombres fieles lucha noblemente por recuperar el honor de su apellido y hacer frente a la injusticia.
GÉNERO: Aventuras
Don Juan de Serrallonga (Ricardo Gascón, 1948)
Don Juan de Serrallonga es la tercera de las siete películas que Ricardo Gascón dirige para el productor José Carrreras Planas entre 1947 y 1950 y uno de los ejemplos más notables de un género que en España no tenía demasiado predicamento, el de aventuras.
La leyenda de Juan de Serrallonga lo pinta como bandido generoso, emboscado en las Guillerías, en las estribaciones de los Pirineos, nuevo Sherwood, al igual que el príncipe Juan podría encontrar su equivalente en el Conde Duque de Olivares, el sheriff de Nottingham en el gobernador de Barcelona, don Carlos de Torrellas, y lady Marian, su hermana Juana de Torrellas.
La acción se sitúa en la Barcelona del siglo XVII con dos familias -Narros y Cadellls- enfrentadas por pleitos que se remontan a la Edad Media. Tanto es así, que perseguido por los poderosos, Fadrì de Sau (José Nieto) se ha refugiado en las montañas y siembra el terror en el principado al frente de una partida de bandoleros. A su regreso del exilio don Juan de Serrallonga (Amedeo Nazzari) busca negociar la paz con sus seculares enemigos, sin descartar la lucha pero ennobleciendo sus medios. Además de la devoción por su padre, le guía en su noble propósito el amor que siente por Juana de Torrella (María Asquerino), hermana del gobernador (Félix de Pomés) que ha puesto precio a su cabeza.
Aunque se suele encuadrar Don Juan de Serrallonga en el ciclo bandoleril, lo cierto es que tiene todos los ingredientes del cine de capa y espada. Ya hemos señalado su deuda con The Adventures of Robin Hood (Robin de los bosques, Michael Curtiz y William Keighley, 1938), pero es conveniente no perder de vista la fuerte impronta que recibe también del cine italiano in costume. El cine de aventuras italiano ha tenido un fuerte auge durante el fascismo, pero al finalizar la II Guerra Mundial no decae a pesar del auge neorrealista y directores como Riccardo Freda y Carlo Campogalliani lo cultivan con tanta pericia como asiduidad.
Con los trasvases continuos entre abas cinematografías mediterráneas durante los años cuarenta no es extraño que el actor Amedeo Nazzari y el operados Enzo Serafin recalen en Barcelona, contratados por Pecsa Films y participen en varios títulos dirigidos por Ricardo Gascón.
El productor se emplea a fondo en el apartado de la vistosidad -no en vano la película debe competir con las grandes producciones históricas de Cifesa- pero es el buen pulso con el que Gascón se entrega a la acción y elude el hieratismo de los tableaux vivants de las cintas de Orduña, lo que proporciona a Don Juan de Serrallonga su auténtico valor.
Lo paradójico es que siendo una película que busca a toda costa el favor del público popular terminara satisfaciendo más a la administración, que le concede la categoría de "Interés Nacional". Más paradójico aún si atendemos al tono moderadamente catalanista de la propuesta argumental y a la lectura en clave que proporciona el hecho de estar realizada en un momento en que el maquis reforzaba sus acciones en Cataluña.