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En julio de 1936, el marqués de Romeral y su hija llegan a su finca jienense en las proximidades del Santuario de Santa María de la Cabeza. Al producirse la rebelión armada, Luis de Aracil, notario de ideas izquierdistas, decide llevar a la hija del marqués al Santuario, donde se han hecho fuertes los miembros de la Guardia Civil. Los leales al gobierno legítimo ponen cerco al Santuario.
GÉNERO: Guerra Civil Española,Drama
El Santuario no se rinde (Arturo Ruiz-Castillo, 1949)
La larga sombra de Rebecca (Rebeca, Alfred Hitchccok, 1940) planea sobre el principio de El Santuario no se rinde convirtiendo el templo jienense de Santa María de la Cabeza, donde se libró un duro combate en la Guerra Civil, en una suerte de Manderley fratricida. El monólogo interior de Marisa (Beatriz de Añara) revive el asedio por parte de las tropas de la República con melancolía rayana en el masoquismo. El fin del ascenso, rodado con cámara subjetiva, es la tumba del capitán Cortés (Tomás Blanco), oficial de la Guardia Civil y responsable de más de mil almas refugiadas allí en los primeros compases de la contienda. Sobre esta tumba deposita Marisa unas humildes flores de jara, que son símbolo de un amor truncado. Los recuerdos nos conducen hasta el clima de agitación que se vive en Jaén en el verano de 1936. Marisa es la hija del Marqués de Orduña, al que los milicianos dan el paseo apenas hay noticia del golpe. Salva a la joven de un futuro funesto, el notario Luis Aracil (Alfredo Mayo), republicano convencido, pero de nobles sentimientos. En paralelo, asistimos a la decisión del capitán Cortés de poner a sus hombres al servicio de la sublevación, defendiendo a los refugiados en una posición de nulo valor estratégico. Herido, Luis Aracil es conducido por Marisa hasta allí a pesar de que el planeaba volver con los suyos. Una vez recuperado, el amor por Marisa y la animadversión que por él sienten los otros refugiados por su condición de contrincante político, encuentran el fiel en su relación franca y leal con el capitán Cortés, en una situación que recuerda no poco a la planteada por Renoir en La grande illusion (La gran ilusión, Jean Renoir, 1937). Para completar las referencias, el asedio y la resistencia se plantean con un ojo puesto en el éxito de Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945), con protagonismo coral y resistencia numantina más allá de cualquier lógica, toda vez que el enemigo ha planteado la evacuación de los civiles bajo tutela de la Cruz Roja Internacional y la rendición. Pero el lema de los resistentes da título a la película: "¡El Santuario no se rinde!".
La película de Ruiz-Castillo recupera la temática de la Guerra Civil, ausente de las pantallas españolas desde seis o siete años atrás, y lo hace con voluntad épica. Sin embargo, es evidente una nueva estrategia al otorgar el papel de republicano al icónico Alfredo Mayo y al dejar de lado a los militares sublevados y a los falangistas, para ceder el protagonismo a un grupo de profesionales que se han comprometido a cumplir con su deber.