Colorín colorado (1976)

Por Dqvlapeli Blog - De qué va ... - 30/03/2018

Colorín colorado (José Luis Gacía Sánchez, 1976)

Juan Miguel Lamet constituye la productora Eco Films para apoyar a los alumnos egresados de la Escuela Oficial de Cinematografía y, al tiempo, aprovecharse de las ayudas oficiales a sus producciones en la segunda etapa de José María Escudero al frente de la Dirección Nacional de Cinematografía.  Participa así en las primeras películas de Manuel Summers y Basilio Martín Patino y actúa como productor y guionista de los dos primeros largometrajes de José Luis García Sánchez, con los que se cierra el ciclo de la productora en 1976.

Colorín colorado es, pues, una suerte de segunda parte de El love feroz (José Luis García Sánchez, 1975), aunque en un registro algo menos coral que aquélla, probablemente porque en esta ocasión el guión va firmado exclusivamente por Lamet. Lo que tiene continuidad de una a otra es el enfrentamiento generacional, con una generación que pretende vivir con acuerdo a otros principios que los de sus padres, pero que finalmente caen atrapados en una mecánica que los devora. En esta ocasión, el señuelo es un chalet que Vicente (José Sazatornil “Saza”) le regala a su hija Manoli (Teresa Rabal), que acaba de tener un hijo con Fernando (Juan Diego) sin haber pasado por la vicaría. Esto solivianta sobremanera al padre, pero también a la madre (Mary Carrillo) y ambos hacen lo posible para que la niña vuelva al redil. Los chantajes emocionales y económicos terminan condenando a los jóvenes y a su hijo a vivir en el chaletito, aunque lo hacen en compañía de otra pareja que no puede tener hijos (Fiorella Faltoyano y Antonio Gamero). Por si fueran pocas las tensiones a las que se ven sometidos a causa de la contradicción en la que viven como progresistas en un ámbito burgués, la presencia de una empleada del hogar (María Massip) en el chalet genera una tensión sexual en Fernando difícil de soslayar. Hasta este momento, el libreto ha basculado entre las discusiones de los padres y los conflictos entre las dos parejas jóvenes, con eventuales interacciones entre ambos. A partir de entonces se abre un largo paréntesis en el que la trama principal queda en suspenso, pendiente de esta subtrama autónoma, que tendrá su propia resolución cuando la policía haga un registro en el chalet y encuentre material propagandístico clandestino en su dormitorio.

En este bloque de una solución de montaje bastante hábil, al hilvanar una serie de viñetas con el vals que sirve de fondo musical a los tropecientos capítulos de la novela seriada que emiten por televisión.

Por lo demás, lo que queda tras la boda de los chicos –oficiada por un cura progre (el jefe de producción José Gabriel Jacoste), eso sí- y la amenaza del bautizo del nieto es el regusto agridulce de la renuncia por adelantado de los jóvenes a emanciparse del poder económico que sigue detentando la generación anterior y que servirá para continuar doblegando su voluntad de cambiar, si no el mundo, al menos sus propias vidas. Un pequeño batiburrillo ideológico que seguramente tiene que ver con los diferentes enfoques que Lamet y García Sánchez tenían de la política y de la comedia.